1. Verano de 2013
Un conocido periodista del diario de más tirada del país recrimina en twitter a otro compañero, reputado crítico español de cine, por haberse saltado el embargo del palmarés de un prestigioso festival que cuenta con una larga historia a sus espaldas. La tarde tan solo acababa de empezar. El festival era Locarno, que sigue sin ser en absoluto mediático y al que hasta entonces curiosamente (o no) tampoco se le había prestado demasiada atención. De hecho ninguno de ellos estaba allí presente para contarlo. Pero la primicia era la primicia. Lois Patiño había logrado el Leopardo de plata al mejor director emergente por Costa da Morte y Albert Serra el Leopardo de Oro a la mejor película con Historia de la meva mort. Dos premios que harían crecer exponencialmente sus carreras, tanto en el ámbito museístico como en festivales de medio mundo. Dos películas sobre las que se extenderían elogios y se derramaría tinta (aquel crítico llegó a detestar la de Serra, valorándola con un 1 en su publicación) y con las que, no sin división de opiniones, se nos hacía creer que “otro cine español” existe. Sin olvidarnos de una tercera, El futuro de Luis López Carrasco, miembro de Los Hijos, que también se presentó en aquella edición de Locarno, aunque en la sección fuera de concurso Signs of Life.
Una idea de prosperidad y vigencia que no tardaríamos en revelar espejismo, pese al esfuerzo de festivales como Sevilla, Márgenes, Las Palmas, Punto de Vista en Navarra, el IBAFF de Murcia o el D’A de Barcelona (que tienden a nutrir su programación de los descubrimientos de Locarno), así como la obra de cineastas muy dispares como para encontrar un vínculo sólido, a lo que tampoco ayuda la enorme dificultad para financiar sus proyectos, salvo quizás los relativos al novo cinema galego. Lejos parece quedar aquel momento próximo al totum revolutum por el que cambiar la dinámica de la industria, la legislación vigente y la presencia del cine español en el resto de grandes festivales, que tiende a ser cada vez más testimonial y/o anecdótica. Salvo aquel año en el cantón suizo del Ticino, rincón por donde, además de los ya citados, en las últimas ediciones han pasado algunos de los cineastas que, lejos de las etiquetas y más aún de los focos, nos ayudan a entender mejor el cine español contemporáneo, como Raya Martin, Daniel V. Villamediana, Eloy Enciso, Lupe Pérez García, José Luis Guerin, Sergio Oksman, Mauro Herce o Xacio Baño por partida doble, a través de cuyas películas podemos recorrer los caminos hacia los que nuestra cinematografía reciente se ha dirigido de forma más fructífera, situados en los vértices de la ficción, el documental y la vanguardia.
Aquellos premios y la coherencia de su programación en todo caso sirvieron para situar a Locarno en un escalón superior dentro del mapa de los grandes festivales de clase A. O al menos según nuestros radares y los de la cinefilia más exigente, un criterio no siempre compartido por publicaciones mucho más interesadas en destacar a actrices ligeras de ropa en sus portadas, porque si algo ha caracterizado a Locarno, más aún desde la llegada aquel mismo año de Carlo Chatrian a la dirección, ha sido su ambición y rigor para descubrir nuevos cineastas, proclamar a unos (Lav Diaz, Pedro Costa, Hong Sang-soo), redescubrir a otros (Zulawski, Brisseau, Chantal Akerman, Vecchiali, Iosseliani, Bressane, Erice o ahora Rita Azevedo Gomes) y en definitiva seguir expandiendo horizontes, al mismo tiempo que el certamen se entiende como una fiesta popular en la Piazza Grande y resiste como uno de los últimos reductos de una forma de entender el cine. O en qué otro sitio Straub y Luc Besson podrían coincidir de forma armoniosa la misma semana.
2. Agosto, 2014 y 2015
¿Por qué es Locarno un festival distinto de los demás? Espero que sepan disculpar la boutade que encabeza este artículo. No sé si es el mejor del mundo, no debería atreverme a afirmarlo, tan solo podría asegurar que es con diferencia el mejor al que he asistido. Pero hay algo fundamental que tengo la sensación le diferencia del resto, al menos desde la distancia con la que observo a Cannes, Berlin, San Sebastián o Venecia en la actualidad. El objetivo de Locarno no reside en convertirse en una maquinaria promocional de grandes estrenos, tampoco es una subasta al por mayor para distribuidores ni una competición por los flashes de la alfombra roja. Por paradójico que resulte, lo importante son únicamente las películas.
Y no es que se de la espalda a la industria, a la que se presta como academia y centro de talentos, con días repletos de conferencias y abriendo sus puertas cada año a difundir una cinematografía en concreto, donde el cine suizo también tiene hueco con una panorámica de sus estrenos y clásicos restaurados. Ni mucho menos se desprecia tampoco el cine comercial, que encuentra a su público en la Piazza Grande, donde cada año miles de personas disfrutan en primicia del gran blockbuster norteamericano del verano así como del más complaciente cine europeo. Aquel que luego inexplicablemente acaba en las salas de los Golem y los Renoir en lugar de las películas a concurso. Pero es perfecto, sucede el milagro de que todo esté en su lugar adecuado. Si uno quiere, en vez del cine más convencional al aire libre, a la misma hora de la noche puede cruzar las vías del tren y dirigirse al Palavideo, donde tiene lugar Signs of Life, la sección dada a la vanguardia y la experimentación. El virtuosismo es mérito de un equipo de programación entre los que se encuentra Mark Peranson, director de la revista Cinema Scope, que conoce bien el cine independiente norteamericano que todavía hace honor a su nombre (el de Alex Ross Perry, Joel Potrykus o Rick Alverson), estableciendo puentes con el cine de autor de Asia y Latinoamérica que todavía no hemos descubierto, así como generando interesantes sinergias con cineastas que no encajan en el conservador marco de los festivales de clase A y que encuentran en Locarno su lugar a estar.
Que se agotaran todas las sesiones de Adiós al lenguaje en 3D de Godard, que el documental L’abri de Fernand Melgar nos abriera los ojos con su cruda visión de la inmigración en Suiza y que, a su vez, una Piazza Grande abarrotada estallara en risas con una almibarada comedia (Schweizer Helden) en torno a los estereotipos de esa misma inmigración no es nada extraño en Locarno, normalmente tachado de festival experimental, pero cuyo gran logro es dar cabida en sus pantallas a la diversidad de públicos y de cine existente en todo el mundo. No es algo que podamos decir del resto.
Por supuesto a Locarno asisten actores famosos y leyendas del cine para recibir galardones a toda una trayectoria (Edward Norton, Andy García, Marco Bellocchio, Agnès Varda o Jean-Pierre Léaud fueron algunos de ellos), premios con los que dar visibilidad a los patrocinadores pero en los que, más allá del impacto mediático que se busque con ellos, uno aprecia cierta identificación que ayuda a definir al festival, otorgándole un valor añadido. En absoluto se trata de peajes que deba pagar a costa de su programación, la libertad y radicalidad de su Competición Internacional, así como del resto de secciones, está fuera de toda duda y resulta digna de elogio. La virtud se encuentra en trazar dos festivales distintos dentro del mismo, aquel destinado a satisfacer al público local y al de la cinefilia mundial (son alrededor de un millar los acreditados), capaces ambos de definir el estado de las cosas. Sin olvidar la historia del cine, de la Titanus a Peckinpah. Y que conviven, como señalaba Carlo Chatrian en su presentación del programa del pasado año, de un modo en el que el cine es tratado como si fuera una gran casa, donde hay compartimentos y habitaciones para todas las sensibilidades, géneros y tendencias. O así fue tanto en 2014 como en 2015.
3. Del 3 al 13 de agosto de 2016
¿Qué esperar de la nueva edición de Locarno? Para ser honestos, sería previsible imaginar un descenso en la altísima línea de los últimos años. Pero fiel a sus búsquedas, cabe pensar que esta edición suponga la oportunidad de calibrar el auténtico potencial del festival. Nos permitirá constatar si su prestigio actual está a expensas de la presencia de autores consagrados o si en su programación seguiremos vislumbrando a los grandes cineastas del futuro. Una apuesta por la juventud y la diversidad, donde casi la mitad de las películas a concurso en la Competición Internacional están dirigidas por mujeres (8 de 17), que describe el espíritu que imprime Locarno a su programa. Si hubiera que destacar un solo nombre, el de Rita Azevedo Gomes con Correspondências sería el más esperado a concurso, sobre todo tras el buen sabor de boca que nos dejó el estreno este año de su anterior película, La venganza de una mujer (2012). Gracias a Numax, que además estarán presentes con la participación de su socio fundador Ramiro Ledo en la Industry Academy.
En esta ocasión el Leopardo de Oro parece más abierto que en otras ediciones, su selecto club de ganadores ha dejado una lista de nombres difícil de igualar, a los que el acento portugués de Rita Azevedo Gomes y João Pedro Rodrigues podría sumarse perfectamente, sin olvidar a los argentinos Matías Piñeiro, que vuelve a Locarno tras La princesa de Francia para continuar con su personalísima e impredecible reinterpretación de la obra de Shakespeare, esta vez en Nueva York con Hermia & Helena, y Milagros Mumenthaler, que presenta su segunda película después ganar el Leopardo de Oro en 2011 con Abrir puertas y ventanas. La dupla formada por Tizza Covi y Rainer Frimmel, sospechosos habituales en Locarno, podría ser otra gran aspirante, al igual que el rumano Radu Jude, premiado a la dirección en Berlín el año pasado por Aferim!
Aunque basta asomarse al resto de su programación para querer dejar las quinielas a un lado, en especial con la abrumadora retrospectiva dedicada al cine realizado en la RFA durante 1949 y 1963. Más de 70 películas y cortometrajes que ponen de relieve un periodo ensombrecido durante la época y a menudo olvidado por las distintas historias del cine, superado en importancia por el expresionismo alemán. Comisariada por Olaf Möller y Claudia Dillmann, la selección de títulos incluye a cineastas de la talla de Fritz Lang, Straub-Huillet, Vajda o Siodmak, y además vendrá acompañada de una publicación con la que profundizar más allá de las pocas proyecciones a las que nos sea posible asistir durante el festival, con mucho que iluminarnos sobre la reminiscencias del pasado nazi en la Alemania Occidental tras la Segunda Guerra Mundial.
Como advertíamos, otro año más el punto fuerte de Locarno es su sabio eclecticismo. Un festival que no duda en dedicar la pre-inauguración en homenaje a Bud Spencer y que abrirá Cineasti del presente, la sección dedicada a primeras y segundas películas, con una prometedora pieza sobre el cineasta lituano Jonas Mekas, padre del cine diario y todo un referente del avant-garde neoyorquino. La premiere de I Had Nowhere to Go, dirigida por el videoartista detrás de la película Zidane, un portrait du 21ème siècle, Douglas Gordon, contará con la presencia del propio Jonas Mekas, del que además se verá en 16mm el largometraje fundacional de su obra, Walden (1969). Porque otro de los detalles a agradecer en Locarno es su esmero por ofrecer una e incluso varias proyecciones de películas de todos los premiados, homenajeados y hasta de los miembros del jurado. Hay que insistir, el cine siempre fue lo importante.
Si uno sigue ahondando, más allá de los homenajes a Harvey Keitel, Jane Birkin, Bill Pullman, Howard Shore, Alejandro Jodorowsky o Roger Corman (todos nombres reconocidos, pero que a su vez encajan a la perfección en la esencia indómita del festival), fuera de concurso encontrará los más recientes cortometrajes de Franco Piavoli, Thom Andersen, Ben Rivers y Jia Zhang-ke, que se antojan como auténticos tesoros ocultos. Para cerrar esta suerte de artículo introductorio a la 69 edición del Festival de Locarno, la ironía final es que esta vez no habrá ningún largometraje español, pero en cambio sí tres cortos en la competición internacional del Pardi di Domani. Nuestra amiga la luna de Velasco Broca, Las vísceras de Elena López Riera y A liña política de Santos Díaz. Si queremos que la historia siga su curso, habrá que esperar a que alguien vuelva a saltarse el embargo.