En 2014 entrevistamos a Matias Piñeiro en Locarno, donde presentaba a concurso La princesa de Francia, con la que demostró en apenas una hora de metraje que la experimentación narrativa no esta reñida con la comedia romántica más ligera. Como si se tratara de una de las rimas internas que comunican sus películas, dos años después volvemos a conversar por el estreno mundial de Hermia & Helena, de nuevo a concurso en el festival suizo. Retomamos la entrevista por donde la dejamos, por su deseo de rodar una película entre Nueva York y Argentina con la que continuar su particular puesta al día de la obra de Shakespeare, El sueño de una noche de verano en este caso. ¿Qué pasó desde entonces? “Hermia & Helena se pensó muy pegado a La princesa de Francia, hasta el punto de que le pisó un poco la cola. Estrené La princesa de Francia en agosto y en octubre ya estaba filmando, vino María Villar a Nueva York e hicimos la primera escena. Fue como un miedo al vacío, Graham Swon quería producirme y me pareció que se daban las circunstancias para poder hacer una película de las mías. Una película en lo que yo puedo seguir haciendo lo que quiero, pero que incorpora elementos nuevos que me van a forzar a hacer cosas diferentes”.
Y el principal elemento nuevo era, además del idioma, la Gran Manzana, que en aquella entrevista nos confesó quería rodar a la contra, huyendo de ella. Un reto del que consigue salir airoso. “Nueva York debe ser la ciudad mas filmada del mundo después de Paris, puedes caer en las trampas de esa gran ciudad, que te hace repetir imágenes que se han visto mil veces. Por eso la pregunta era, ¿cómo hacer para que la ciudad no se filme sola? Y la respuesta es rodeándote de buenos cómplices que te ayuden a desautomatizar la mirada del turista. Estar con Graham y Tommy Davis fue fundamental. Por ejemplo. la primera escena tenía pensado rodarla en una terraza desde la que a lo lejos se veía el Downtown de Nueva York, pero como Fernando Lockett, mi director de fotografía, no pudo venir desde Argentina, se encargó Tommy Davis. Lo que pasó fue que al llegar a la terraza me encontré que Tommy ya había puesto la cámara en una posición opuesta, dándole la espalda a la postal que yo pensaba rodar. A partir de ahí fui más consciente, sabía que no hacia falta encuadrar al típico taxi amarillo, iban a entrar en escena igual, el movimiento de la calle iba a estar presente y Nueva York sería reconocible”.
La primera escena de Hermia y Helena, filmada en una terraza desde la que se ve una cancha de fútbol, recuerda instantáneamente al inicio de La princesa de Francia. No hay duda, estamos en una película de Matías Piñeiro. Su estilo rítmico en el movimiento de cámara sigue presente, flotando inconfundible, y desde muy pronto establece un juego de equívocos y fugaces encuentros que serán una constante durante el film. ¿Cómo surgió volver a esta idea visual? “Fui a tomar algo a casa de una amiga, que fue la asistente de dirección en el rodaje americano, salimos a la terraza y vi que la imagen era igual que la de la escena inicial de La princesa de Francia. Pero es que además Rosalinda y Viola también empiezan igual, con un personaje hablando por teléfono y unos planos en movimiento. Me gusta hacer esos pasajes secretos entre películas”.
Lo interesante de su aproximación a Nueva York es lo conectada que está a Buenos Aires mediante transiciones, encadenados y cortes en el montaje. Concretamente hay al poco de comenzar un largo fundido encadenado con el que la protagonista parece otear incierta al horizonte, donde las copas de los árboles de una avenida de Buenos Aires y las vigas de un puente neoyorquino se confunden. “Había que ser muy sintético y jugar con esas resonancias y diferencias. Los fundidos tienen que ver con eso, la protagonista se siente entre ambos lugares. Quería que cuando se viera una imagen de Nueva York, se estuviera pensando en Buenos Aires, que esa imagen tuviera varias capas. Por eso Nueva York se ve en esta película como se ve Buenos Aires en mis películas. Poco y solo algunos lugares que si los conoces es como si estuvieran filmando en tu casa”.
Piñeiro vuelve a rodearse de su equipo técnico y artístico habitual, formando una nueva familia para el rodaje en Nueva York con nombres pujantes en la escena del cine independiente norteamericano, aunque todavía desconocidos para el gran público, como Mati Diop o Keith Poulson. “Cuando vino Maria Villar a filmar en octubre me dijo: ¡Anda, son como tus amigos de Buenos Aires pero acá! Cuando dijo eso pensé que esto podía funcionar, que había una energía parecida. La selección de los actores fue por la energía de las personas al conocerlas. El personaje de Gregg me gusta mucho porque no tiene nada que ver con el de Camila, es obvio que va a ser un desastre. Me pareció bueno elegir a un actor con ese perfil frío, distante, alejado del gen norteamericano. En general quise encontrar gente con la que tuviera una idea compartida del cine”. Pero sobre todo destaca el papel que concede al cineasta Dan Sallitt como enigmático padre de la protagonista. “Cuando vi The Unspeakeable Act de Dan Sallitt, pensé que era posible fotografiar la ciudad de otra manera. Fue un lujo trabajar con él porque es muy inteligente. como cineasta sabe lo que debe o no aportar a la escena. En el guión su personaje tenía sólo unas indicaciones, él puso el resto”.
El guión de Hermia & Helena trabaja con el tiempo como materia voluble, está repleto de vacíos y saltos que el espectador rellenará o no. De antes y después en las vidas de sus personajes que los definen y a los que sobreviven movidos por impulsos. En ese sentido, Camila, su protagonista, interpretada por Agustina Muñoz, parece tomar siempre la decisión equivocada, tanto en el amor como en la vida, incluso al cruzar cada esquina, caminando en la dirección errónea: “Es una película sobre el vaivén, Camila esta en una ciudad que no es su lugar natal. También hay una idea de los desvíos, dar una información para contradecirla, invertirla o no continuarla. Es algo que siempre me interesaba. Y uno está abierto a esos cambios. Lo que dices surgió allí, lo decidí para mostrar mejor el espacio, viene de esa idea base de permitir abrirme en el rodaje. que lo que nos rodea afecte y determine la película. Nunca asocié esa duda de ella con sus contradicciones y la verdad tiene que ver con la película, pero también con todas las personas que la hacemos, con la forma tan abierta de trabajar y tomar decisiones”.
Al respecto de la construcción narrativa, probablemente se trate de su película más accesible, o en la que al menos todo se encuentra ordenado de forma mas nítida y agradecida para el espectador. Una decisión que resta complejidad a sus saltos narrativos, pero que responde al sentir vital de su protagonista, atrapada entre dos tiempos y lugares. “Quería que el espectador diferenciara ambas épocas, los lugares y los personajes, para que la película fluyera. En La princesa de Francia intenté otro juego porque es lo que me pedía el protagonista, ahora Camila en cambio me pedía centrar bien su historia y encadenar sus encuentros de otra manera”. Pero en cambio esta decisión no impide que por momentos encontremos al Piñeiro más virtuoso y arriesgado en la puesta en escena. En concreto hay una secuencia, la del fallido reencuentro entre Gregg y Camila en un parque, donde como cineasta pone al servicio de la imagen toda su imaginación, experimentando de forma tan vanguardista como hilarante. “Era como Méliès pero muy poco sofisticado, con la música muy alta y cortes donde se invierte la imagen. Es decir, es un botón de Final Cut. Es cutre en ese sentido, si lo piensas no es nada elegante. Pero sí, tiene ese enfoque cómico”.
Conocido por sus particulares adaptaciones de Shakespeare, en esta ocasión vuelve a sorprender al no recitar los diálogos, sino directamente plasmarlos en pantalla. Su protagonista recibe una beca para traducir El sueño de una noche de verano, de cuyo trabajo veremos apuntes, y durante el metraje varios fragmentos de la obra se impresionan en la imagen. “No se trata de una adaptación, es una profanación de Shakespeare, dado que no hago un tratamiento entrelíneas, sino literal, escaneado y puesto en la imagen. Y el texto produce un cambio en la trama, no sólo describe algo, sino que produce un punto de giro que afecta al resto de las imágenes, cambia el sentido del montaje”. Hermia & Helena tampoco son ninguno de los personajes, pero al mismo tiempo bien podrían serlo todos. “Claro, son todos. En la obra son dos personajes que por cuestiones sentimentales fugan, se mueven por una insatisfacción que les lleva a una fuga constante. El personaje de Camila tiene eso. Pero también, a diferencia de películas anteriores, quería hacer una película de duetos. Por eso también se ponen esos subtítulos en cada relación, para subrayar esa idea”.
En Hermia & Helena Matías Piñeiro defiende su posición como cineasta y apela a su libertad desde la experimentación formal y narrativa. Pero con una constante, el honesto retrato de personajes femeninos. No en vano, está dedicada a la memoria de Setsuko Hara, a quien complimenta con un delicado fundido encadenado de flores. “Es como una ofrenda. Lo pensé tarde, en un momento muy avanzado del montaje. Fue un gesto cinéfilo que al principio me parecía un poco tonto, hasta básico. Pero ella acababa de fallecer, algo de lo que nos enteramos meses después, y había algo en esa demora que me parecía muy interesante. Es una persona que desapareció del mundo, dejó de ser una gran estrella del cine de Japón y no se supo nada más de ella. Una conducta de tanta firmeza que me parece fuera de norma, deja un misterio, un punto en falso, no se entiende. Me estimula pensar en ella en ese sentido. Con la dedicatoria saludo a una persona que no tiene nada que ver con mi cine, pero es remarcar a una actriz y remarcar a una mujer que me parece importante y va en consonancia con la película”.