Festival de San Sebastián 2016 (Día 1): Un navío fantasma desembarca en la isla de la tortuga roja

Empieza el Festival de San Sebastián, el evento cinematográfico de mayor presupuesto, dimensión y espectadores de España, al que bastó un solo día para recordarnos, por si nos habíamos atrevido a olvidarlo, que probablemente estaremos obligados a seguir buscando los mayores retos y descubrimientos fuera de la sección oficial. Algunos todavía creemos que los festivales, más allá de su labor mediática y publicitaria a favor de ciertas estrellas y estrenos sobre los que suele ser apropiado desconfiar, son ese eco que permite a determinadas películas el privilegio de existir, encontrar su espacio y en definitiva poder llegar a un público sin el que no existirían, que les llevará de puerto en puerto en una travesía sin fin de la que esperamos ser cuaderno de bitácora a lo largo de estos días. Y precisamente alrededor de ecos, travesías y naufragios transcurrió la primera jornada, aquella en la que un navío fantasma desembarcó en la isla de la tortuga roja.

La doctora de Brest (Emmanuelle Bercot)

La doctora de Brest (Emmanuelle Bercot)

La doctora de Brest fue la elegida para inaugurar una sección oficial en principio más prometedora que años anteriores, al incluir la última película de Hong Sang-soo y hasta seis óperas primas a concurso, pero que no pudo empezar de peor manera, arrastrando los vicios adquiridos en ediciones anteriores. La película, dirigida por la también actriz francesa Emmanuelle Bercot (única presencia femenina a concurso), cuenta el caso real de una médico de la bretaña francesa que se enfrentó a las todopoderosas farmacéuticas y al sistema sanitario por el uso contraindicado de un medicamento contra la diabetes. Consciente de que su material es carne de sobremesa, Bercot intenta desequilibrar tímidamente el tono del relato insertando secuencias cómicas -con las que insiste de forma ridícula en demostrar la torpeza y humanidad de sus personajes- junto a explícitas operaciones a corazón abierto y ritmo de thriller en el montaje. Una mezcla del todo fallida e ingenua, que solo torpedea y resta credibilidad a la lucha panfletaria de su protagonista, interpretada la danesa Sidse Babett Knudsen, cuya actuación adquiere los peores vicios de su realizadora, dando vida a un personaje pasado de vueltas, narcisista y ególatra que resume todos los problemas del filme, en el fondo bastante menos preocupado por desmontar a la industria farmacéutica que por aparentarlo.

El segundo tropiezo de la sección oficial llegó con Orpheline, cuya enigmática (de)construcción narrativa pronto se revela como una argucia de montaje para esconder las carencias de la propuesta. Dirigida por Arnaud Des Pallières, retrata a cuatro mujeres de diferentes edades maltratadas por la vida y por los hombres que caen en sus brazos, entre ellos su director, que las somete a extremos físicos y las obliga a mostrar sus encantos de forma gratuita. El resultado no llega a ser provocativo ni sórdido, ni mucho menos sorprende cuando el espectador descubre que las cuatro protagonistas dan vida a una única mujer, la huérfana del título, en distintas etapas de su vida. Un planteamiento confuso debido a su falta de coherencia interna y apuesta formal desabrida, de enfoque documental por su aproximación a los cuerpos y rodaje cámara en mano (la fotografía es obra de Yves Cape, responsable de la de Holy Motors), pero finalmente desprovista de la entidad ni personalidad necesarias para evitar que el resultado descarrile sin interés alguno.

Sipo Phantasma (Koldo Almandoz) - La tortuga roja (Michael Dudok de Wit)

Sipo Phantasma (Koldo Almandoz) – La tortuga roja (Michael Dudok de Wit)

Tenían que ser dos películas llegadas desde polos opuestos de la cinefilia las que salvaran la primera jornada del festival. Tras su paso por Rotterdam y el BAFICI, Koldo Almandoz presenta a concurso en Zabaltegi-Tabakalera Sipo Phantasma, imaginativo resultado de su inmersión en un crucero turístico. Alejándose de sus expectativas iniciales, por las que pretende filmar el tedio y el absurdo del entretenimiento vacacional moderno, vuelve al Drácula de Bram Stoker y al Nosferatu de Murnau para reflexionar de forma sugerente e intuitiva alrededor del propio proceso de creación. Su creatividad y riesgo formal, que proponen un juego nuevo al espectador en cada secuencia, trascienden la mirada observacional de su inicio para vampirizar de forma atmosférica todos sus referentes, lo que culmina con un fascinante montaje en torno a las secuencias tintadas de azul, amarillo y rosa del original de Murnau que restauró Luciano Berriatúa. Construida en su mayoría en base a citas literarias e imágenes de archivo, Almandoz plantea que toda obra artística y su autoría están conectadas a un eco del pasado, tejiendo de forma episódica los hilos invisibles, azarosos y tan próximos al ocultismo que conectan la vida de Florence Balcombe, esposa de Bram Stoker, hasta la actualidad, recorriendo como un improbable fantasma las imágenes.

Por su parte, La tortuga roja supone una rara avis tanto para su productora, la japonesa Ghibli, como para su propio director, el neerlandés Michaël Dudok de Wit, unión tan esperada y repleta de riesgos como finalmente fructífera. Hasta hoy, el sello de animación detrás de los grandes títulos de Hayao Miyazaki e Isao Takahata -supervisor artístico del filme- no había realizado una película tan radical como La tortuga roja, aunque su trasfondo encaje a la perfección con su filosófica relación con la naturaleza. Tampoco Dudok de Wit había saltado al largometraje con anterioridad, por lo que se encuentra obligado a otorgar a sus breves alegorías poéticas de una narrativa de línea clara, no exenta de climáticos momentos musicales. El resultado es un reto artístico de una sencillez infinita, creado en torno a restricciones de toda clase que solo aumentan el simbolismo de sus imágenes, su capacidad evocadora y posibles lecturas. Restricciones técnicas como limitar la composición a planos fijos donde por los personajes, apenas siluetas en el paisaje, ceden su protagonismo el horizonte, de esbozo impresionista y repleto de texturas, dando vida sin diálogos a una fábula en apariencia tan simple como antiguo es el mundo. Lo que se formula como una historia de supervivencia, la de un náufrago abandonado a su suerte en una isla desierta, termina siendo una invitación a contemplar el ciclo de la vida en un eterno retorno sobre la conexión del hombre con el resto de seres vivos.

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