Festival de San Sebastián 2016 (Día 3): El cine como ventana a mundos alternativos

Ambientada durante 1896 en los albores de la Revolución filipina, A Lullaby to the Sorrowful Mystery era una de las citas ineludibles de esta edición del Zinemaldia. Galardonada con el premio Alfred Bauer a la innovación artística del Festival de Berlín y a concurso en Zabaltegi-Tabakalera, el cineasta filipino Lav Diaz nos transporta a lo largo de ocho horas a su profunda y atormentada visión sobre la memoria histórica su país, que presenta como una irreparable herida abierta hasta la actualidad. “La historia se repite a sí misma”, insisten sus protagonistas, mitos de la revolución que confluyen con personajes extraídos de las novelas de José Rizal. Con una duración habitual en la obra del cineasta filipino, pero a la que en absoluto está acostumbrada la exhibición cinematográfica, la propuesta rompe las expectativas del espectador y la idea misma de acudir a una sala (de permanecer y atender con mayor exigencia si cabe a las imágenes), porque en el fondo con su extenso metraje no solo trasciende los arquetipos del relato, dando forma a uno película-río, sino que propone un encuentro con el cine en su esencia más libre y radical. Una ventana a otro lugar, a otro mundo.

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A Lullaby to the Sorrowful Mystery (Lav Diaz)

Con el invento de los hermanos Lumière recién presentado, en una de las conversaciones que el Capitán General español en las islas mantiene con los espectros que le visitan bajo los efectos del opio, confiesa que la primera vez que vio una película no sintió contemplar la realidad, sino un mundo alternativo. Idea que conduce en su planteamiento formal a Lav Diaz, que utiliza un multitonal blanco y negro a 4:3 para elaborar retablos en largos planos fijos de gran fuerza estética y carga simbólica, resultado de fundir la rigurosa lectura histórica con la literatura de Rizal. No en vano, la película se inicia con suma belleza gracias a la música y las palabras de José Rizal antes de ser asesinado, intelectual cuya muerte avivó la revolución, para adentrarse a continuación en la cruda deriva selvática de tres mártires revolucionarias en busca del cuerpo de Andrés Bonifacio, padre de la revolución.

De forma interconectada, vemos a la burguesía española permanecer ajena a su inminente final mientras los personajes de las novelas de Rizal reflexionan sobre el lugar del arte en el incierto futuro de su país: pobre, analfabeto, sometido por la religión y cruel, condenado a ser esclavo. El resultado es un obra agónica, desoladora, emociones acentuadas por su extrema duración, menos justificada que en ocasiones anteriores debido a su reiterativa estructura, en la que Lav Diaz explora de forma expresionista la iluminación y el lenguaje visual mediante su fantasmagórica puesta en escena nocturna, una danza de la muerte que evoca a Tourneur en plena jungla. A Lullaby to the Sorrowful Mystery solo encuentra refugio en sus armoniosas escenas musicales y en la esperanza de que con su sabiduría ayude a iluminar a las nuevas generaciones del pueblo filipino.

Porto (Gabe Klinger)

Porto (Gabe Klinger)

En su primer largometraje de ficción, tras documentar el encuentro entre Linklater y James Benning en Double Play, el talentoso programador y crítico Gabe Klinger vuelca de nuevo su cinefilia en pantalla, en esta ocasión con una historia de amor fou que transcurre en una sola noche, temática tan a menudo transitada e iniciática como idónea para sacar a relucir la sensibilidad propia de todo cineasta. Dividida en tres actos, en los dos primeros Porto deconstruye temporalmente las vidas de Mati y Jake tras su fugaz encuentro, que marcaría el resto de sus vidas. Una decisión con la que intenta escapar a las limitaciones de la propuesta original y que encuentra sus mayores virtudes en un montaje de ritmo experimental en torno al color, la luz y los cuerpos, utilizando múltiples formatos analógicos (Super 8, 16mm y 35mm) y ratios de imagen para dotar de grano, misterio y diversas capas a su relación. Así como trazando un paseo por los rincones más auténticos del lugar que vio nacer y en tantas ocasiones filmó Manoel de Oliveira, referencia directa en su aproximación a la ciudad portuguesa, aunque los ecos a las tascas de Kaurismaki tampoco faltan.

Coherente en todo caso por su trabajo con el tiempo y los formatos, la deconstrucción plantea dudas y resulta forzada en términos narrativos, al dotar de un psicologismo innecesario a los personajes, seres en exceso atormentados que fantasean sobre aquella noche como el único instante de lucidez en sus vidas, como un lugar imaginado al que tienen prohibido el regreso. Afortunadamente, la película (re)encuentra su razón de ser al regresar a su esencia primigenia en el hermoso tercer acto con el que concluye. Klinger dilata el tiempo de su breve encuentro en paseos, conversaciones y en el sexo, dejándose llevar por los silencios como por diálogos que inevitablemente pueden sonar pomposos y pedantes, pero que apuntan directos al alma de sus personajes, interpretados por Lucie Lucas y el recientemente fallecido Anton Yelchin, destinados a vivir el recuerdo de su unión en un bucle eterno, conscientes de su fugacidad.

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