El Festival de Cine Europeo de Sevilla 2016 llegó a su fin, pero antes de las conclusiones generales resulta obligado detenerse en las últimas películas de tres cineastas franceses que se mueven en la cuerda floja, rompiendo cualquier expectativa y provocando al espectador. Olivier Assayas con Personal Shopper, su particular película de fantasmas en tiempos de WhatsApp; Philippe Grandrieux continuando la exploración lumínica y corporal de sus criaturas nocturnas en Malgré la nuit; y Alain Guiraudie con Rester vertical, atrapado en un universo autoreferencial de perversión y deseos masculinos. Los tres entienden el cine como un arte maleable, en el que la narrativa se torna ambigua, los géneros se difuminan y la forma fluye bajo el desconcierto generalizado.
Cuesta creer la mala acogida que tuvo por parte de la crítica especializada en Cannes, Personal Shopper no puede ser una pieza más coherente dentro de la filmografía del director de Irma Vep (1996) o Demonlover (2002), tan proclive a la mutación de los géneros y, en definitiva, a cuestionar el estado de vida del invento con más de cien años que llamamos cinematógrafo. No sin ironía, con su última película Oliver Assayas se adentra en el cine de terror más puro, el de fantasmas y casa encantadas. Y lo hace a través del ritmo de vida de una joven norteamericana que trabaja en un mundo superficial, el de asistente personal para las altas esferas parisinas, que tras la muerte de su hermano gemelo decide ejercer de medium para comunicarse con él.
Esta paradoja, la del ritmo de vida contemporáneo frente a la creencia en el más allá y lo paranormal, resume el discurso del film, pero también se extrapola a su estilo formal. Assayas conoce los mecanismos para crear tensión y lleva a cabo una inmersión total en el género hasta diluirlo, rodando set pieces propias de un retorcido Brian De Palma y construyendo inquietantes in crescendo con el teléfono móvil a modo de ouija, así como permitiendo tramos de la narración sin apenas diálogos, siendo capaz de crear una atmósfera malsana a través de simples mensajes de texto. Atmósferas resueltas sin explicación alguna, sembrando la duda con elipsis que insisten en el concepto de un género líquido, vivo, frente a las imposiciones dramáticas del relato y del terror mismo.
En la búsqueda de una revelación final, Personal Shopper juega al despiste. Termina siendo una película que se afirma y contradice al mismo tiempo, cuyo gran tema de fondo es la sugestión, tanto la del espectador, al que adentra en las constantes de una película de terror para negarlas, como la de su protagonista, una convincente Kristen Stewart que se entrega a esa búsqueda espiritual y finalmente metafísica, cuando simplemente le bastaba mirarse a sí misma. Assayas aborda el terror desde la plena contemporaneidad, logra hacer aparecer fantasmas deambulando entre nosotros si queremos mirar, ¿pero qué es de este mundo si no uno formado de espectros?
Dueño de una provocadora y convulsa carrera que nunca ha terminado de alcanzar consenso crítico, situada entre una improbable actualización de los elementos más abstractos del cine negro y el estudio del cuerpo próximo al video-arte, Philippe Grandrieux extremó sus ambiciones artísticas con su trilogía de la inquietud, de la que Meurtrière (2015), que estuvo en la pasada edición del SEFF, compone su segundo y más terrorífico movimiento, al detenerse en performáticos cuerpos andróginos que se mueven desnudos en la oscuridad. Y aunque existe una continuidad estética muy clara, en Malgré la nuit no encontramos al explorador radical de Meurtrière, sino al narrador ensimismado que torna sus búsquedas artísticas en lugares comunes.
En una vuelta a los ambientes y la narrativa de sus primeros largometrajes, las criaturas nocturnas de Philippe Grandrieux toman mayor presencia con su última película, una mirada de extremo cuidado formal a los bajos fondos parisinos, recreados con el foco innegociable de un autor cuya obra experimenta con la luminosidad de los cuerpos desnudos en la oscuridad. En Malgré la nuit hay momentos musicales bellísimos, composiciones fascinantes, una mirada subversiva al sexo, pero también claros síntomas de agotamiento. En esta ocasión sus búsquedas desaparecen demasiado pronto, algo a lo que no ayuda su excesiva duración ni su cuestionable manera de regocijarse en el dolor de una serie de personajes torturados que se desean apasionadamente dentro del oscuro mundo de la prostitución lujo. Demasiado Grandrieux, demasiado.
En un primer nivel de lectura, podríamos afirmar que Rester vertical sigue las peripecias de un guionista que se adentra en una vida a la que no pertenece y de la que no puede escapar. Todo comienza al acosar a un joven descarriado. Ipso facto se enamora de una pastora, hasta mudarse con su padre y sus hijos a su granja familiar. Tienen un bebé juntos y ella le abandona para dejarlo en sus manos, lo que le sumirá en el caos existencial. Recordemos que apenas ha transcurrido media hora de metraje. El título responde pues a su actitud frente a esta vida impostada, la de mantenerse erguido en resistencia a todas las circunstancias y penurias que le acontecen. Aunque en ningún momento pareciera convencido de buscarlas, sí lo estará de resistir ante ellas, como subraya su simbólica secuencia final.
En un segundo nivel más metatextual, Rester vertical no deja de ser una película sobre el proceso creativo. El protagonista es asediado en extraños sueños por unos ejecutivos cinematográficos que le piden un guion, el de su propia vida o el de la que ha fingido vivir para encontrar inspiración. Son escenas aisladas, dotadas de cierto realismo mágico, que no encuentran cohesión dentro del conjunto, pero que refrendan la ambición del cineasta francés por volcar su propio bloqueo y proceso creativo en el surrealista devenir de su personaje, como si la película surgiera de enfrentarse a la página en blanco desde los más elementales deseos sexuales recurrentes en su cine.
Porque por supuesto en la nueva película del director de El desconocido del lago (2013) no faltan escenas explícitas de sexo, pulsiones homosexuales con gran diferencia de edad y órganos sexuales en plano detalle. Tampoco la amenaza de un entorno rural indómito, constantes en su filmografía. El dilema es que Guiraudie parece encontrarse demasiado cómodo en su propio universo, la película nunca llega al nivel de extrañeza, absurdo y auténtico riesgo que parecía augurar, apunta a Charlie Kaufman y acaba en el sainete. Uno inquietante, pero sin demasiada imaginación ni profundidad.