Guido Hendrikx estudió Artes Liberales y Ciencias en la Universidad de Utrecht, y después, Dirección Documental en la Academia de Cine de los Países Bajos. Su debut en el documental, Day is Done, se estrenó en el Festival Internacional de Cine Documental de Amsterdam (IDFA) en el 2010. Su cortometraje Escort se presentó en Visions Du Reel en el 2014 y tuvo un largo recorrido por festivales. En su año de graduación de la escuela de cine, escribió el cortometraje Fernweh y dirigió Among Us, su proyecto de fin de estudios.
Among Us retrata el conflicto que viven tres pedófilos que se sienten atraídos por niños, pero que, inquebrantables en su convicción de que bajo ningún concepto pueden tener sexo con ellos, tratan de salir adelante con sus instintos a través de estrictas normas e intentando reconducir sus sentimientos en una especie de amor platónico, alejado de lo material. Un film con una interesante separación entre el plano sonoro, el que verdaderamente lleva el peso narrativo de la película, y el visual, que encargado de generar rimas y metáforas, actúa al nivel del subconsciente. En la pasada edición del Festival Punto de Vista la película recibió una mención especial del Jurado de la Juventud por “su valentía, por dar voz a unos testimonios condenados por la sociedad, y ayudar a crear un intenso debate en torno a un tabú”.
¿En qué momento decidiste hacer una película tan proclive a la polémica como Among Us? ¿Elegiste primero el tema o los personajes? ¿Querías hacer una película sobre la pedofilia?
Me interesaba hacer una película alrededor del conflicto entre el instinto y la razón, no necesariamente sobre la pedofilia. Creo que es uno de los principales desafíos a los que debe enfrentarse todo ser humano, que tus sentimientos digan una cosa y tu cabeza, otra. Seguí con atención noticias sobre pedofilia que aparecieran en los medios. Encontraba interesantes los escándalos que sobre ellos se destapaban. Y entonces pensé que si quería hacer una película sobre el flujo de la razón contra el instinto, sobre este conflicto que de alguna forma ya trataba en uno de mis trabajos anteriores, lo debía explorar de una forma más extrema.
Al principio de mi investigación, conocí a muchos pedófilos. Había un primer grupo formado por aquellos que habían abusado de niños y que fueron a la cárcel por ello. Eran el grupo que más se conocía, porque es el que suelen retratar los medios. Cuando avancé con mi trabajo, me encontré con un segundo grupo formado por aquellos que no han tenido nunca sexo con niños, pero que defendían que debía de ser posible. Te presentaban argumentos del estilo: “Ya, pero si un niño quiere…”. Era un grupo que presentaba muchas dificultades y que apelaban a la idea de libertad en todo momento. Y por último di con el grupo que me interesó más, el de estas personas que no solo no habían tenido sexo con niños, ni habían sido procesados, sino que decían que eso no debía ser posible, que nunca podía justificarse, que nunca debería hacerse.
Con el tiempo, me di cuenta de que había una buena película detrás de esos pedófilos que son conscientes de sus tendencias, pero que dicen no a sus sentimientos. Personas que se dicen: “Tener sexo con niños está mal, nos vamos a hacer normas que vamos a cumplir, vamos a enfrentarnos a esto técnicamente”. Pero sus sentimientos están allí en cualquier caso. Este fue el punto del que partimos para encontrar a los personajes.
¿Eras consciente de que con tu decisión ofrecías un tipo de personaje que le iba a resultar más fácil de comprender al público?
Sí. Siempre que creído que a un cineasta nunca le debe condicionar qué puede pensar el público, pero con este tema, es cierto que es mejor y más fácil comprender a este tipo de pedófilos, a los que tienen este conflicto, que a aquellos que abusan de niños. También creo que una buena película debe mostrarte algo que no sepas, y que debe retarte, golpear tu corazón. Creo que eso es todo lo que debe hacer una película. Sabía que con estos personajes ofrecía algo novedoso, algo de lo que no se oye hablar muy a menudo, abiertamente. Pensaba que eso era bueno, como también lo era tener un conflicto muy extremo.
Es una película que parece querer retratar un ideal de amor, casi platónico, alejado de lo material, alejado del sexo.
Es interesante que lo menciones, porque en el proceso de preparación de la película, hicimos una serie de entrevistas y tuvimos muchas conversaciones, con los tres personajes que salen en la película, y los tres tenían una idea muy parecida de este tipo de amor platónico. Lo que se suele pensar de los pedófilos es que son un gran problema porque sus instintos sexuales son muy fuertes, pero ellos me dijeron: sí, pero dos hombres heterosexuales, por mucho que les gusten las mujeres, no tienen porque violar a la primera que se encuentren por la calle. Es una idea muy sencilla, pero que aclara muchas cosas, porque todas las imágenes que muestran los medios lo hacen parecer como un tipo de atracción irresistible. Por eso me interesa mucho cómo ellos lo reconducían a través de la idea del amor platónico.
El componente visual de la película no tiene estructura dramática. En la mayoría de las películas, pasa al contrario. Pero en esta, la estructura dramática, que es muy clásica, está en el sonido. Y digo que es muy clásica porque al principio de la película, los entrevistados dicen: “Tengo un problema: soy un pedófilo. Me gustaría tomar una pastilla para volverme normal”. Luego intentan lidiar con ello, y al final de la película encuentran una cierta esperanza, una especie de solución, en esta idea del amor platónico.
Lo que hicimos fue intercambiar los roles habituales de la imagen y del sonido. Durante la posproducción, hicimos primero el montaje de sonido. Tardamos dos o tres semanas en dar con la estructura de la película. Luego montamos la imagen, y por supuesto hicimos cambios y algunas modificaciones. Pero el sonido fue la base de la película.
¿Cómo llevaste a cabo la investigación: te entrevistaste con mucha gente? ¿Grabaste las entrevistas antes o después de grabar ninguna imagen?
Sí. Tuvimos muchas conversaciones normales, y luego, cuando empezamos a grabar el sonido, prefería que se hiciese en ambientes muy tranquilos. Lo que hice fue ponerlos en un sofá delante de mí, yo me ponía detrás de ellos, y ellos tenían enfrente una ventana, podían olvidarse un poco de que yo estaba allí. Tenía cuatro temas que quería discutir con ellos. Les planteaba preguntas y quería que hablaran como si estuvieran sonámbulos, que no pensaran demasiado lo que me decían: escuchar el fluir de sus conciencias. Les hacía una pregunta y esperaba que ellos empezaran a hablar y nada más. Yo les dejaba: sabía más o menos lo que necesitaba, y cuando pasaban por ahí, les pedía que me elaboraran un poco más ciertas ideas.
¿En ese punto sabías ya que no querías mostrar sus rostros?
Sí, era una limitación que teníamos desde el principio. No podíamos enseñar sus caras. Sabíamos que había que encontrar algún tipo de solución visual. Esta era una de las decisiones más difíciles: ¿qué tipo de asociación entre imagen y sonido íbamos a buscar? Teníamos mucha presión con el calendario también: este es un proyecto de final de estudios en una escuela de cine y había que acabar en poco tiempo. A dos semanas de tener que entregar el proyecto no habíamos rodado ni una sola imagen. Solo quedaban dos semanas.
Empecé a trabajar entonces con el director de fotografía, a hablar sobre qué deberíamos hacer. Intentamos distintas cosas: probamos a grabar la imagen a tiempo real, a 25 frames por segundo, grabamos algunas escenas, pero no nos funcionaba. Y un día, me acuerdo que vimos una breve película experimental realizada por un fotógrafo que graba a cámara superlenta la entrada de un tren en una estación de metro. Los seres humanos aparecían como estatuas. Lo vi y tuve una revelación. Con mi director de fotografía tuve la idea de hacer algo similar y poner las entrevistas por encima, a modo de voz en off. El efecto era curioso, pero el hecho de que las imágenes estuvieran a cámara lenta hacía que te concentraras más en lo que se decía. Y nos decidimos a rodar de esa manera. Elegimos el blanco y negro porque sabíamos que íbamos a grabar en localizaciones muy diferentes, y que en color estaría todo menos unificado, que funcionaría peor. Lo último que nos quedaba por decidir era qué íbamos a grabar (risas).
Teníamos algunas escenas en un instituto de secundaria, en una manifestación en la que la gente miraría directamente a la cámara.. No estoy completamente satisfecho con los planos de algunas de las escenas. A veces pienso que si hubiéramos tenido más tiempo, o tiempo para trabajar más tranquilo. A veces pienso cómo hubiera sido la película si se hubiera concentrado tan solo en la idea de mirar. Empezar con la gente en la manifestación mirando enfadada hacia cámara y transmitir mejor la idea de lo aislados que viven muchos de los pedófilos en sociedad. ¿Qué hubiera pasado si toda la película hubiera sido así? Solo planos de los ojos de la gente mirando, con cámara lenta en distintos momentos.
¿Pero no crees que el movimiento de las atracciones del parque, oscilante y repetitivo, junto con ese fluir de la conciencia en las entrevistas, tiene un efecto hipnótico?
Sí, es verdad. Teníamos una norma cuando grabábamos las escenas: teníamos que ilustrar, como sucede con las imágenes del instituto de secundaria; o teníamos que contrastar con las imágenes, dar un giro de 180 grados. Por ejemplo, la escena en la que uno de los entrevistados decía: “Tenía que pensar en normas para mí”, ves a niños muy relajados, que juegan, ajenos a todo. Unas imágenes que contrastaban completamente. Trabajamos con esa limitación muy presente: todo plano tenía que ser una ilustración o un contraste de lo que se narraba por sonido. En la discoteca, donde ves a los chicos jugar a tentarse unos a otros, creo que era un momento interesante, porque mostraba un tipo de liberación que nunca iban a poder experimentar nuestros personajes.
¿Tenías otro tipo de normas sobre qué mostrar o no, quizá en las entrevistas?
Teníamos tres protagonistas y la decisión más difícil que tuvimos que tomar fue la siguiente. ¿Elegimos solo a uno y profundizamos mucho más en su historia y en su vida personal? ¿O elegimos tres y creamos un tipo de discurso más general y universal? ¿Hacemos una película sobre un hombre o sobre un problema, un conflicto?
Por ejemplo, teníamos temas muy interesantes que salían en las entrevistas pero que no eran comunes a los tres. Uno de los entrevistados tuvo hijos a los 35 y tenía mucho miedo, asistió a terapia con frecuencia. Otro de los entrevistados tuvo una relación homosexual con otro pedófilo. Si hubiéramos elegido centrarnos en un solo personaje, podríamos haber mostrado cosas mucho más llamativas, pero el problema que presentaba esa decisión, creo yo, es que si hubiéramos elegido solo una persona, el público habría dicho: “Qué fuerte. Pero bueno, seguro que es así solo esta persona”. Al elegir tres, es un grupo, no se puede despreciar, tiene más fuerza. Ilustra mejor la idea de que son entre unas 20.000 o 40.000 personas las que viven este tipo de conflicto.
Una vez que tomamos la decisión de tener tres protagonistas tuvimos que renunciar a los detalles y centrarnos en los puntos en común, que eran sobre todo ese período negro de cuando descubrían que tenían este problema, estos sentimientos, y cómo conseguían sobrellevarlos a través de la idea de moral y del amor platónico. Por eso creí que era eso lo que tenía que tratar mi película.
En cuanto a la estructura de la película, seguía un poco la que venía dada por las entrevistas o se la diste después en montaje.
Creo que descubrí la estructura durante las entrevistas, que se organizaban en torno a cuatro grandes temas. Cuando volví a escucharlas después, me di cuenta de que compartían una serie de fases: periodo negro, moralidad, ponerse unas normas/comportarse éticamente y amor platónico. Respecto a una de las intervenciones que se escuchan al final de la película, en la que uno de los entrevistados cuenta una historia que le sucedió cuando tenía ocho años, surgió de la siguiente manera: yo les pedí que escribieran cómo creían que iban a ser cuando tuvieran ochenta años. Un ejercicio, simplemente. Uno de ellos escribió una carta que era demasiado sentimental. Otro me dijo que no pudo hacerlo, que lo intentó pero que no pudo. Y el tercero, que es el que aparece en la película, me dijo: “No tengo la carta, pero tengo una pieza de música que significa mucho para mí. Puedo contar una pequeña historia sobre ella”. Y yo le dije que sí, que adelante.
Contó que tiene un montón de cuadernos con notas, de diarios, y que cuando llegue a los ochenta, los destruirá todos. Que no quiere que sobreviva ningún papel sobre su pedofilia. Esa canción le recordaba a un momento de cuando era niño, cuando fue a visitar una iglesia con sus padres, y un hombre mayor se le quedó mirando, no de una forma sexual, sino de una forma dulce. De alguna forma, era una imagen sobre la pureza del amor que le ayudaba con su pedofilia, la pureza del amor imaginario, de no pretender que lo imaginario se vuelva real. Esta es una película también sobre si se prefiere lo imaginario o lo real, así que me pareció un cierre muy potente para ella, utilizar este testimonio y la pieza musical, que había sido grabada en directo, y era muy bella. Sabía que esa tenía que ser la última escena de la película.
Sí, y es una escena muy poderosa. Pero parece que la imagen de este hombre mayor en la iglesia que se le queda mirando con deseo y con amor se volvió especialmente importante para el entrevistado después de descubrir su pedofilia. Como si hubiera sido algún tipo de transmisión. Él se acordaba de la imagen y le dio un significado más adelante.
Exacto. Yo creo que tiene mucho que ver con que el personaje quería crear su propia verdad, su propia realidad, darle un sentido a su historia para poder vivir con ella. Esta es su historia, la que justifica su orientación sexual. En el fondo, si esto le sirve para seguir adelante y no hacer daño a nadie, para mí está bien, no me importa si no es cierta.
Supongo que más allá de lo particular de su problema, todos intentamos dar una coherencia y un sentido a nuestras vidas.
Sí, como cuando muchos cineastas, en una escuela de cine, te intentan explicar algún tipo de predestinación hacia su trabajo: “Cuando tenía ocho años, mis padres me regalaron un…”. Creo que no tiene mucho sentido. Nosotros nos inventamos esa historia más adelante, cuando nos convertimos en cineastas. No me creo esa mierda (ríe). Él creo que intentaba justificar los orígenes de su pedofilia a través de una imagen bonita, una especie de metáfora sobre el amor platónico.
¿El sonido que aparece en la película es de la primera vez que les entrevistabas? ¿O una vez que ya sabías lo que te podían decir, grababas con ellos de nuevo?
Fuimos a grabar con buen equipo y material desde la primera entrevista, porque pensábamos que podíamos obtener todo de una sola vez. Es una buena pregunta, no sabría responderte bien… Con cada uno de los entrevistados hicimos dos o tres sesiones de dos horas cada una, no lo grabamos todo en un solo día. Pero cuando las grabamos ya sabíamos un poco la línea que iban a seguir.
¿Cómo surgió el apartado visual? Diría que busca generar ritmos, actúa hacia el inconsciente, sin un filtro racional, como suele hacerlo el sonido en la mayoría de las películas.
Al estar la narrativa en el sonido no debíamos utilizar la imagen para contar cosas, se habrían restado restado la una a la otra. Cuando empezamos a grabar las imágenes, el montaje de sonido no estaba completamente cerrado: teníamos más bien una versión esquemática de la estructura. Es curioso, pero muchas de las imágenes las grabamos por pura intuición. Hablaba con mi director de fotografía y nos decíamos: “Quizá grabar tal cosa pueda ser interesante para este momento”. Lo hacíamos y luego veíamos que funcionaba. Aprendimos mucho de esta forma de trabajar imagen y sonido, completamente por separado.
¿Te dijeron desde el principio que no querían aparecer en imagen?
Sí, desde el principio.
Pero se pueden escuchar sus voces. ¿Tuviste algún problema con eso?
De hecho el proceso fue el siguiente. Hicimos un montaje de sonido con las voces originales de los pedófilos, añadimos después la imagen. Teníamos seis semanas para la edición de sonido y en ese momento nos dijeron los entrevistados: “No queremos que aparezcan nuestras voces en la película”. Yo no me lo podía creer. Para mí no había película si teníamos que distorsionar las voces. Así que contratamos a tres actores, que tenían que hablar y decir exactamente lo mismo que los pedófilos nos habían dicho en las entrevistas.
Cogí a tres actores desconocidos, tuve un par de conversaciones con ellos para explicarles el trabajo y aclararles las dudas. Y funcionamos así: yo les puse unos cascos, y ellos tenían que repetir las palabras de los pedófilos tal y como las oían: mismo ritmo, misma entonación. Tuve claro que, a pesar de utilizar actores, no podía cambiar el discurso de los entrevistados. Cuando decides cambiar una pequeña cosa, empiezas un camino que te puede llevar a cambiar otras cien. Y en ese momento tienes un problema.
Es muy interesante el método de trabajo que elegiste con los actores, en lugar de recitar transcripciones de las entrevistas, decidiste que repitieran exactamente el tono de sus voces.
Creo que era bueno trabajar con actores con estas limitaciones: que se tuvieran que ajustar a lo que oían palabra por palabra, sonido a sonido, silencio a silencio. Tenían un objetivo claro con el que trabajar, de una forma casi mecánica, al 98% como poco. El otro 2% fueron variaciones mínimas de entonación. Me acuerdo de un momento de las entrevistas originales, en el que uno de los entrevistados, al acordarse de un chico que le miró a los ojos en el instituto, hizo un sonido extraño, como de quedarse casi sin respiración. Con el actor lo intenté, pero no sonaba auténtico. No podíamos recrearlo. Fue una pena, pero era mejor no utilizarlo.
Yo me enfadé un poco en el proceso, claro, porque los entrevistados me dijeron al principio que no había ningún problema en que utilizara sus voces, pero de repente se asustaron al saber que la película iba adelante y que la vería mucha gente, les entró el miedo de que reconocieran sus voces al colgarse el cortometraje en Internet. Tuvimos que hacerlo así.
¿Han visto ellos la película una vez terminada?
Sí, y les gusta bastante. Lo que pasa es que para ellos no es tan interesante, no les parece que haya nada nuevo o extraordinario en lo que se dice, porque conviven con eso día a día. Les gusta, les parece que está bien hecha, pero no entienden que despierte tanto interés.
¿Qué crees que tiene en común Among Us con Escort, tu trabajo anterior?
Formalmente son completamente diferentes. Escort es un cine-directo muy puro. Los puntos en común están, por eso, en el contenido. Escort trata sobre las decisiones individuales, sobre lo que está bien y lo que está mal, sobre el entrenamiento de lo que es correcto para el grupo, que vendría a ser la moralidad general, a la que hay que adaptarse. En ese cortometraje se ve cómo la moralidad, a través de la presión grupal, es siempre más fuerte que el individuo. Es una película también, de algún modo, sobre el enfrentamiento entre la moral y los sentimientos individuales. Solo que esta película anterior se centra en el grupo, en el Ejército. Y con los pedófilos, este conflicto también existe pero dentro de ellos mismos.
¿Cómo valoras tu experiencia en la Academia de Cine de Holanda?
Creo que, en primer lugar, lo mejor eran las instalaciones. Teníamos entre seis y ocho semanas para montaje de sonido. Ahora que he entrado en la vida profesional, para tener ocho semanas de montaje de sonido tendríamos que pagar una barbaridad. Y teníamos un estudio realmente bueno. Había tiempo suficiente como para hacer un paisaje sonoro así de cuidado, así de minucioso. Las instalaciones son geniales en Holanda. En segundo lugar, creo que funcionaba muy bien el trabajo en equipo: es una escuela de cine muy especializada, y cuando solicitas plazas, ya eliges la especialidad en la que vas a estudiar siempre: dirección, dirección documental, sonido… Desde entonces, trabajas siempre en un equipo en el que cada persona se ha especializado durante cuatro años en un área.
De hecho, es muy probable que el diseño de sonido sea la mejor especialidad de todas las que se imparten en la escuela. Su jefe de especialidad es bastante conocido y respetado por su trabajo. Es muy serio con el diseño de sonido. Creo que si analizas las películas que salen de mi escuela, pueden ser mejores o peores, pero el sonido siempre será estupendo. Cuando voy con mi película por festivales, escucho el sonido de las demás y lo comparo con el que hacemos en mi escuela, suelo notar una gran diferencia. Si tienes ocho semanas para el montaje de sonido, y puedes pensarlo y trabajarlo seriamente y en profundidad, el resultado va a ser muy bueno.
¿Tienes algún proyecto en marcha ahora mismo?
Sí, un largometraje documental que creo que acabaré para finales de este año. Es una película más cercana al cine-ensayo, sobre Europa y su comportamiento con los refugiados.