por Antonio M. Arenas y Gonzalo Ballesteros
Junto a la llegada de estrenos largamente deseados, otros a la espera de distribución y nuevas satisfacciones, despedimos 2016 con la sensación de que fue más que nunca el año del cine portugués. O Ornitólogo, el western blasfemo de João Pedro Rodrigues, se hizo con el Leopardo de Plata a la mejor dirección en el Festival de Locarno; los ritmos del Pacífico de John From de João Nicolau triunfaron en Filmadrid y Novos Cinemas; mientras que por su parte el VI Festival Márgenes programó un ciclo en la Filmoteca Española que acogía a una nueva hornada de cineastas bajo el influjo de João Cesar Monteiro. Tampoco dejaremos de agradecer la apuesta de Numax al distribuir Caballo Dinero (Cavalo Dinheiro) y La venganza de una mujer (A vingança de uma mulher), dos obras cumbres en las respectivas filmografías de Pedro Costa y Rita Azevedo Gomes, quien además presentó Correspondencias en los festivales de Locarno y Sevilla. Pero ante todo, el estreno en cines de los tres volúmenes de Las mil y una noches (As mil e uma noites) nos permitió afrontar la crisis desde la fantasía. La ambiciosa trilogía de Miguel Gomes encabeza probablemente nuestro top del año por ser la película con la que nos gustaría recordar esta época, tan certera en su disección de los males de la clase política y comprometida con los problemas de la sociedad portuguesa -gracias a su punto de partida documental-, como entregada a la fantasía, dando rienda suelta a los placeres cinematográficos y musicales que confieren al séptimo arte alguna de sus más bellas posibilidades.
También ha sido el año de una actriz, Isabelle Huppert, protagonista absoluta de dos películas con más en común de lo que en un principio podría parecer. El porvenir (L’avenir), nueva indagación en el peso del paso del tiempo de la cineasta francesa Mia Hansen-Løve, y la subversiva Elle de Paul Verhoeven, que dispara contra todos los estratos sociales y la hipocresía general. Cargadas de rimas internas sin proponérselo, ambas acogen las dos caras de una mujer de mediana edad, aquella resignada al inevitable futuro que le espera y otra que afronta el presente con todas las consecuencias. Aunque a la hora de abordar personajes femeninos existen pocos cineastas como el británico Terence Davies, del que han coincidido en nuestra cartelera sus dos últimas películas, Sunset Song e Historia de una pasión (A quiet passion). Dos anomalías en su filmografía, la primera, una adaptación épica y melodramática de la novela de Lewis Grassic Gibbon; la segunda, una rigurosa aproximación a la figura de la poeta Emily Dickinson. Magistrales ambas, Davies halla la puesta en escena precisa y emocionante para alcanzar, desde la frustración vital de sus protagonistas, un anhelo mayor por el mundo de las ideas y la naturaleza que definitivamente las unan a la tierra.
No podían faltar en la lista dos de los ejercicios de estilo más controvertidos del año, sendos fenómenos críticos de argumentos polarizantes: Son of Saul de László Nemes, o el Holocausto en primera persona, ópera prima de un alumno aventajado de Béla Tarr que merecidamente ha vuelto a abrir debates alrededor de la representación del horror nazi; y The Neon Demon, inmersión antropófaga en el mundo de la moda con la que Nicolas Winding Refn despliega su artillería visual para invitarnos a cruzar al otro lado del espejo. Dos personalísimos autores se esconden también detrás las películas de animación más destacadas que han llegado este año a nuestras salas, aunque para contemplar una de las últimas obras maestras de Ghibli llevamos esperando desde 2013: hablamos de La princesa Kaguya (The tale of the Princess Kaguya), cuya trazo dibujado a mano y la sensibilidad de Isao Takahata remiten al tarro de las esencias de los cuentos tradicionales del país nipón, y Anomalisa, que nos devuelve al más inspirado Charlie Kaufman con su lacerante reflexión sobre la soledad del ser humano en un mundo poblado por marionetas.
Finalizamos nuestro listado de lo mejor de 2016 no sin antes recorrer los dos lados del Pacífico. A la hora de hablar de lo que nos ha deparado el cine asiático no podían faltar el tailandés Apichatpong Weerasethakul, que vuelve a hipnotizarnos en Cemetery of splendour; el chino Jia Zhan-gke con el monumental artefacto narrativo que supone Más allá de las montañas (Mountains May Depart) y dos cineastas surcoreanos que no pueden ser más opuestos pero comparten musa, la actriz Kim Min-hee. Hablamos de Park Chan-wook, que en La doncella (The Handmaiden) construye una suerte de trampantojo fílmico con una fuerte carga erótico-feminista, y Hong Sang-soo, que en la aparente sencillez de su cine es capaz de regalarnos genialidades como Ahora sí, antes no (Right now, wrong then).
Dentro del cine norteamericano revalorizamos la oscarizada Spotlight, dirigida con clasicismo en las formas y un noble afán hacia la verdad por Thomas McCarthy, así como el satisfactorio salto a la ciencia ficción del canadiense Denis Villeneuve con La llegada (Arrival). Pero ante todo nos rendimos frente una serie de autores consagrados e incuestionables que nos han brindado algunas de sus películas más logradas. El delicado retrato del conductor-poeta al que da vida el emergente Adam Driver en Paterson de Jim Jarmusch, los claroscuros de la hazaña del río Hudson que narra con maestría Clint Eastwood en Sully, la quintaesencia del estilo tarantiniano que alcanza Los odiosos ocho (The Hateful Eight) y Carol de Todd Haynes, que bien podría encabezar el siguiente top y ha grabado en nuestro imaginario una historia de amor que perdurará entre otras razones por su exquisito lenguaje visual.