Las proyecciones del 17º Festival Internacional de Cine de Las Palmas de Gran Canaria han arrancado con los largometrajes a competición en la sección Canarias Cinema, ya veterana en la programación, con la novedad de que este año abandona su sede habitual en el Teatro Guiniguada para compartir pantallas con la sección oficial en los Cines Monopol. Ese movimiento, lejos de restarle individualidad a esta sección, sirve para acentuar la hermandad en tono y aspiraciones artísticas de las películas que la componen con los trabajos incluidos en la sección grande del festival. Como ya avisaban los programadores en la rueda de prensa, esta sección no nace como concesión a la producción local, sino como reivindicación de los autores que componen el cine en canarias.
La primera demostración de esta reivindicación llegó con The Vanished Dream (Juan S. Betancor) que se traslada al proceso de independencia de Guinea Bissau a través de la mirada y recuerdos de los cooperantes que acudieron desde diferentes países de Europa con el sueño de ayudar a construir una nación con una sensibilidad totalmente alejada del individualismo como cimiento principal. La perspectiva histórica y política pronto da paso a la experiencia personal de los diferentes testimonios, a través de imágenes de archivo y de carácter familiar que suponen la mejor radiografía sentimental de ese momento histórico. Por ello resulta especialmente devastador el encuentro con la realidad presente del país, con las ruinas de esos cimientos desnudos como testimonio del fracaso de un sueño. Pero en el análisis de esa derrota se abre un camino de esperanza, o al menos la advertencia de los errores a evitar en otras naciones, que quizás no se debería ignorar desde una Europa en proceso de desgaste.
Esa misma sensación de sueño perdido se encuentra en Maresía (Dani Millán) donde el viaje a través del archipiélago canario de unos jóvenes se convierte en una mirada al pasado a través de sus habitantes y representantes de diferentes tradiciones culturales de las islas. Sus testimonios se presentan invariablemente desde una postura nostálgica en la que cualquier tiempo pasado fue mejor. Pero su discurso pierde anclaje cuando el aparato estético y formal es el propio de una postal de Instagram o relatos encapsulados para el consumo rápido que podemos encontrar en cualquier red social. Esta desconexión entre fondo y forma lleva a que se haga una reivindicación de la cultura tradicional canaria para a continuación incluir imágenes de un descenso en Longboard durante el atardecer. Sin duda, el trabajo de Dani Millán sirve como bello escaparate de las islas y su cultura más allá del cliché de paraíso turístico de sol y playa, pero cuesta ignorar la sensación de simulacro en sus intenciones.
Resulta más auténtica la reivindicación cultural que hace David Delgado en La forma del mundo en torno a los Cantadores de Arbejales y sus cantos por las ánimas, una tradición de raíces religiosas que ilustra en formato documental mientras sigue su rutina de cantos y recogida de limosnas. Desde una posición externa y sin necesidad de entrevistas consigue captar la esencia espiritual de la tradición al igual que la realidad de un pequeño pueblo y las preocupaciones de sus habitantes. Entre las grietas del documental surge la representación del relato de San Fermín para afianzar las raíces históricas de esta tradición. Caben destacar dos aspectos de su puesta en escena: el detenimiento en pasajes de la naturaleza como representación del aspecto espiritual y el respeto e interés por el canto de las ánimas que se traduce en una representación pulcra y global que en última instancia acaba repercutiendo en un exceso de metraje.
De todos los representantes de esta sección de largometrajes, sin duda el autor más conocido por el público es el de David Sainz, que en esta edición presenta su último trabajo Fogueo, en el que repite las claves y el tono de trabajos previos para presentar a un grupo de perdedores en busca de cumplir sus sueños, ya sea viajar a Jamaica, rodar una película o conseguir pareja. Sainz demuestra que mantiene su habilidad a la hora de escribir diálogos dinámicos y jugar con los lugares comunes del cine comercial de las últimas décadas, pero se echa en falta la madurez que se atisbaba en Obra 67 a la hora de convertir ese juego en reformulación y romper por momentos con el tono que se le presumía. El director canario ha creado un universo propio que sus seguidores reconocerán y disfrutarán, pero en última instancia queda la sensación de estar recorriendo el mismo camino que ha realizado ya con otros formatos, los cuales quizá serían más apropiados para este relato que el del largometraje.
La selección Canarias Cinema la completa Julie (Alba González de Molina), que regresa a la isla tras recorrer numerosos festivales y conseguir el premio a Mejor Ópera Prima en el Festival de Málaga en 2016, con la esperanza de repetir los éxitos cosechados hasta la fecha. El próximo día 4 de abril se dará a conocer el fallo del jurado de esta sección.