No sorprenderemos a nadie al afirmar que nos hayamos inmersos en la era de la inmediatez, acostumbrados a estar interconectados en todo momento y recibir información desde infinitos medios. Esta característica se hace también extensible a nuestra relación con el medio audiovisual, pudiendo acceder a una inmensa cantidad de contenido desde cualquier soporte que nos brinde conexión a internet, posibilidad que no ha hecho sino acentuar nuestra impaciencia. Se buscan mensajes directos, fácilmente asimilables para no hacernos perder más tiempo del necesario, y a ser posible que tengan un mensaje amable y nos reconforten; basta con echar un vistazo a los clips que nos asaltan desde los muros de las redes sociales. Por suerte, todavía existe una resistencia a esta dictadura de la comodidad y el Festival de Las Palmas nos brinda algunos valiosos ejemplos.
El cortometraje es el formato que más podría acercarse a esta concepción de consumo rápido, pero la selección presentada en la sección oficial de esta decimoséptima edición nos ha demostrado que su corta duración no es impedimento para alargar su vida dentro de nuestra memoria a través de la innovación. Cabría destacar en primer lugar El becerro pintado, último trabajo de David Pantaleón, que recala en la sección oficial tras su paso por Rotterdam. El director grancanario se mantiene fiel a su imaginario, en el que mezcla la cultura tradicional de la isla con la inspiración religiosa a través de una actitud irreverente que roza lo sacrílego. Partiendo del relato del becerro de oro y con la presencia del Rancho de ánimas, Pantaleón construye unas imágenes de una fuerza innegable que invitan a reflexionar sobre algunos males endémicos de la humanidad como son la ambición y el engaño.
Otra de las propuestas más impactantes de la selección fue Call of Cuteness (Brenda Lien), que a través de una desquiciada animación y una saturada banda sonora, aporta un punto de vista terrorífico a los vídeos protagonizados por gatos que pueblan internet. También por sorprendente destacó el cortometraje argentino Centauro (Nicolás Suárez), en el que un rodeo tradicional se convierte en el escenario de un crimen, y un enfrentamiento planteado como si de un western se tratase se resuelve con un duelo musical. Pero sin duda el trabajo más hermoso e hipnótico de la selección fue No’I (Aline Magrez), en el que la cámara recorre las vías del tren que atraviesan las calles de una ciudad de Vietnam. Las escenas cotidianas se mezclan con los cables y edificios que la rodean, todos ellos ahogados por los sonidos de la ciudad, que toman vida propia al resaltarlos a través de la edición. La vida parece detenerse cada vez que pasa el tren, para volver al bullicio rutinario en cuanto se alzan las barreras.
En esta jornada asistimos a uno de los platos fuertes de la sección oficial: The Woman Who Left (Lav Diaz), ganadora del León de Oro en el último Festival de Venecia. No hay duda de que la inmediatez no es una de las virtudes del director filipino, pero convendría valorar la necesidad de dejar de lado de una vez la referencia a la duración de sus películas, pues supone ya un rasgo inherente de sus películas, y referirse a su último trabajo como “la de cuatro horas” no sirve más que para obviar todas sus otras cualidades.
Lav Díaz parte de la historia de una mujer que sale de la cárcel tras 30 años acusada de un crimen que no cometió, para a continuación ofrecer una mirada descarnada y llena de denuncia de la realidad de su país. Esta vez sin espacio a referencias históricas o literarias, optando por la vía práctica en la que el camino de la protagonista se separa en una doble vida, como si de un justiciero nocturno se tratase, mientras las autoridades sólo parecen preocuparse por los secuestros de ciudadanos de primera categoría. Díaz mantiene intactos los elementos formales que definen su cine, con una fotografía en blanco y negro de marcado contraste (tanto como el abismo que existe entre las clases sociales) prescindiendo de los primeros planos y los detalles (todo se observa desde planos generales), pues no se trata de un drama individual, sino una realidad a la que se enfrenta cada día buena parte de la población filipina.
Con el aval de su paso por Locarno se presentó también a competición Gorge Coeur Ventre (Maud Alpi), que arroja un retrato apocalíptico de la especie humana y su imparable impulso destructivo, tomando como escenario un matadero en el que trabaja un joven en compañía de su perro Boston. A pesar del escenario y el mensaje enviado, el filme se mantiene lejos de las propuestas sensacionalistas que podemos encontrar en las redes sociales para convencernos de la depravación de la industria cárnica, sino que confía en la fuerza expresiva de la mirada animal como principal motor emocional. Con un enfoque cercano al documental y a pesar del tenebroso entorno, la directora francesa compone unas hermosas imágenes que empujan a mirar con un soberbio tramo final protagonizado únicamente por perros. Un trabajo que nos recuerda que, aunque los tiempos parezcan decir lo contrario, no siempre la vía más sencilla es la más efectiva.