Interstellar
Osadía –visual– y odisea –espacial– convergen en la última película de Christopher Nolan, una de las experiencias ajenas a este mundo más estimulantes en el terreno de la ciencia ficción de los últimos años.
Osadía –visual– y odisea –espacial– convergen en la última película de Christopher Nolan, una de las experiencias ajenas a este mundo más estimulantes en el terreno de la ciencia ficción de los últimos años.
Christopher Nolan, venerado y repudiado a partes iguales, es un artesano al que habría que, si no agradecerle, sí reconocerle su capacidad de hacer lo comercial compatible con lo reflexivo, de saber entender y manejar los engranajes del blockbuster y conjugarlos con un tipo de cine más interesante, que intenta alejarse, o disfrazar, la fórmula de la Coca-Cola
Nolan concluye su exitosa trilogía de Batman a sabiendas de que tiene al público convencido de antemano. Todo está tan calculado y medido que no hay película que contar, y lo que cuenta lo hace sin mostrar coherencia por el desarrollo de sus personajes