Rendimos homenaje a una de las cúspides de la llamada edad de oro de la televisión, capaz de introducir un personaje tan complejo como Don Draper en una ficción en la que las mujeres son tratadas como el elemento fuerte, el asidero del mundo masculino. Y en el contraplano, la época de la historia norteamericana reciente más apasionante y llena de cambios
No resulta casual que Mad Men, cuyo leitmotiv principal no es otro que la desmitificación del American Way of Life -basado en la mentira, en la vejación de la mujer y en la fragilidad de los sueños-, empiece su andadura en 1960, año en el que se comienzan a cuestionar los modelos neoliberales existentes, y transcurra en el seno del mundo de la publicidad
El cuidado técnico y formal de Mad Men emparenta sus imágenes en belleza con las propias de un anuncio, pero la serie de Matthew Weiner se revela contra los otros principios que vertebran el medio publicitario. Mad Men es una serie entregada a la verdad
Desde el primer capítulo de Mad Men podemos ver cómo hombres blancos heterosexuales dominan tanto el microcosmos de Sterling Cooper Draper Pryce como el resto de la sociedad, sometiendo tanto a mujeres como a personas de otras razas, que se limitan a tener roles secundarios. Y a todo esto ¿dónde están los gays
La serie bajo la influencia de tantas artes que ha sido Mad Men a lo largo de los años ha encontrado también espacio para dilucidar sobre las paranoias y obsesiones de sus personajes principales. No es casual que Don Draper aparezca en un episodio enfrascado en la lectura de una de las novelas de James Bond por Ian Fleming, o en las playas de Hawaii absorto en las páginas del “Inferno” de Dante Alighieri.