El cine comercial era esto
En La vida de nadie (Eduard Cortés, 2002) su protagonista, un inspiradísimo y emocionante José Coronado, hacía creer a su familia que trabajaba en el Banco de España cuando en realidad había perdido su empleo. Vivía engañado (y engañando) por no ser capaz de reconocer su situación, una mentira como la que mantiene el cine español, pendiente de que cada nuevo estreno reviente la taquilla y salve las cuentas de una cinematografía cada vez más preocupada de los números que de cuidar a su cine. Y The Pelayos no nace con otra intención más que la de ser Los Vengadores de turno que salvarán la recaudación. También es mala idea que su estreno coincida con el del film de Joss Whedon, pero confirma la (equivocada) perspectiva que ha asumido buena parte del cine español a la hora de afrontar y superar esta crisis, parecer de todo menos españoles. Con un reparto de campanillas como principal atractivo, cada uno de sus protagonistas asume el rol de superhéroe del cine patrio, pretendiendo atraer al público a la sala para presenciar una película a la americana basada en la historia real de la de la familia Pelayo, que logró desbancar todo casino al que entraron. Están presentes todos los ingredientes para lograr un éxito. La calculadora no falla, pensaron. Pero quizás tan solo tuvieron un ligero descuido: olvidarse de hacer una buena película.
Siempre se ha acusado al cine español de hacerse de espaldas al público, de no encontrar historias que se adapten al gusto del espectador y de no saber promocionarse, problemas todos ellos que parece poder solucionar la historia de los Pelayo. Pero tras verla descubrimos que con esto no es suficiente, que quizás el más grave de todos los problemas ante los que se encuentra nuestro cine no es la reducción de las subvenciones, el recuperar cierta mala imagen o mejorar la complicadísima distribución de cada estreno (que no estaría nada mal); se enfrenta a uno mayor cuando el propio cine español decide dejar de creer en si mismo y se rinde al malentendido cine comercial, un territorio en el que nunca podrá competir en igualdad de condiciones. Quizás por ello la mejor solución sea dejar de hablar del cine español para hacer cine español, algo que no encontramos en The Pelayos (duele escribir ese The). Ni cine, ni español.
Eduard Cortés da palos de ciego y nunca logra acercarse al tono distendido que pretende, la mezcla de géneros no funciona y su errático acercamiento al cine de casinos logra que la película se vea completamente impostada. Quiere ser una americanada cuando ni sabe ni puede serlo, por lo que el despropósito es general. Yerra al pretender sustentar la premisa tan solo en la fuerza de sus actores, pero de nada sirve un buen reparto si sus personajes saben a chicle (con especial atención a Daniel Brühl y sus poses de tipo duro con sombrero), dando lugar a una colección de actuaciones forzadas de la que es difícil poder salvar alguna, aunque se descubra en Miguel Ángel Silvestre una vis cómica bastante aprovechable (no en esta película, todo sea dicho), limitándose a ofrecer un pobre e intrascendente recorrido a través del cine de casinos al que la historia de los Pelayo no aporta nada, y que concluye con un final supuestamente sorprendente que provoca indiferencia por terriblemente tramposo y poco consecuente. La huída hacia delante de un cine que de seguir este camino está en caída libre.