Campo atrás
El injustificado vuelco que se produce entre la primera secuencia de Y de repente tú (Trainwreck, Judd Apatow, 2015) y la, digámoslo ya, bochornosa escena final en el Madison Square Garden, no responde precisamente a una conseguida evolución dramática de su protagonista. Es el reflejo de un conservador cambio de paradigma, un retroceso en los valores y la libertad que se disfrutaron durante una época concreta de la historia (y de la nueva comedia) americana, pero que en la actualidad vuelven a ser soterrados por las convenciones sociales y engullidos por el capitalismo más agresivo, en forma de revistas masculinas, convenciones sociales retrógradas y espectáculos deportivos que imponen su moral.
La habilidad de Amy Schumer para transgredir los roles femeninos en el panorama de la comedia televisiva parecía estar fuera de toda duda, pero no la pone en práctica en un guión que se acaba plegando a todos los tópicos del género sin oponer resistencia, cayendo incluso de forma melodramática en lo que ya era carne de parodia hace dos décadas. Que el personaje de Amy Schumer trabaje en una revista tan superficial no es casual, como tampoco hay atisbo de crítica o ironía en ello, ya que en cambio considera Variety una publicación de sumo prestigio. Una forma de limitar los valores de la película y de su personaje a los de su público masivo.
Recientemente Schumer afirmó que el guión era un 70% su vida y un 30% ficción, pero los porcentajes no encajan porque de su sentido del humor apenas encontramos rastro en los compases iniciales, en todo caso siempre enfocado de forma pueril al sexo, que de transgresor solo tiene la cantidad (o ni eso), además de disparar en contra de lo que su imagen proclama y de su pasado en el stand-up. El problema más serio es que parte desde un punto de vista que apela con cinismo a la libertad sexual femenina, ridiculizando en su camino a cada personaje masculino hasta un extremo maniqueo e infantil, para a continuación ser ella misma la que se impone los roles machistas y tradicionales. Es el propio personaje de Schumer el que en su cabeza cree que debe dejar de fumar y beber, además de dar por hecho que al de Bill Hader le tienen que gustar las cheerleaders, por eso se hace pasar por una de ellas. En ese intento por parodiar el canon masculino de belleza para romperlo, lo que está realmente es validando y consolidando ese prototipo machista de belleza. Conclusión que se puede extrapolar a la comedia, entregando una de las películas más conservadoras que el género recuerda.
Hay cuestiones a priori secundarias, pero igualmente reveladoras y capaces de arruinar el sentido interno del film, como que LeBron James (cuya aparición y la de Amare son de lo poco refrescante del film) hable de su marcha a Cleveland, que se produjo en verano de 2014, para que a continuación en el partido entre Knicks y Nets (suponemos rodado con anterioridad) veamos a Paul Pierce en pista, cuando por aquel entonces ya era jugador de los Washington Wizards. Una dejadez de la que es culpable por su parte un Judd Apatow que renuncia a todo tipo de pretensiones tras la cámara, le basta con cambiar el sexo de su protagonista masculino sin variar un ápice los roles ni el enfoque, decisión poco ambiciosa y fallida. Eso sí, no se resiste a ridiculizar una comedia romántica indie en blanco y negro, recurso victimista por el que negarse a aceptar que hay otros cines y el suyo ha claudicado.
Esperando voces críticas que destapen el mensaje moralista y machista en el salto a Hollywood de la nueva cómica de moda (“so hot right now”, como diría el siempre adelantado a su tiempo Mugatu de Zoolander), daremos la enhorabuena a Amy Schumer porque con esta película pone fin una forma de entender el humor, se confirma que lo de la Nueva Comedia Americana era dopping, Judd Apatow su Lance Armstrong e Y de repente tú su paso por el programa de Oprah.