Viaje alucinado
En la sexta crónica nos adentramos en tres películas que emprenden un viaje donde la alucinación del dispositivo o de sus personajes altera su percepción de la realidad. La ópera prima del director de fotografía español Mauro Herce, Dead Slow Ahead, la travesía de un búfalo por la Nápoles rural de Bella e perduta y el trayecto de regreso de las tinieblas de un joven ultraortodoxo judío en la israelí Tikkun.
Director de fotografía de algunas de las películas recientes que se han atrevido a explorar otros senderos dentro del cine español, o más bien habría que decir del novo cinema galego, como Arraianos (Eloy Enciso, 2012) y O Quinto Evanxeo de Gaspar Hauser (Alberto Gracia, 2013), Mauro Herce emprende su debut como director dando un primer paso tan firme y lógico como abierto a la experimentación y lo desconocido.
Firme porque en Dead Slow Ahead encontramos en esencia un trabajo fotográfico de gran categoría, filmando a bordo de un carguero la inmensidad del océano y el rugir de la maquinaria a su paso, cuya técnica de planos fijos en alta mar permite dotar a sus imágenes de un lento pero progresivo movimiento. Y abierto a lo desconocido porque la ausencia de componentes narrativos provoca que sean el ritmo interno de las imágenes, la misteriosa composición del espacio y los sonidos del barco los que conduzcan la experiencia de un relato que existe aunque latente, sepultado bajo la atmósfera. Las vivencias y el trabajo de la tripulación no reciben respuesta, como su barco ya no se dirige a ninguna parte, Dead Slow Ahead es su eco insondable.
En un principio la commedia dell’arte poco o nada tiene que ver con la camorra, ni mucho menos con la subsistencia de la vida rural en la Italia que ha dejado Berlusconi. Conjugar documental, fantasía y fábula también parece un imposible. Pietro Marcello maneja diversos y sorprendentes elementos dignos de mérito, incluido el de asumir el punto de vista de un búfalo, su mirada y reflexiones del mundo. Bella e perduta llega a lo bucólico desde el extrañamiento, asistimos a la relación fraternal entre el enmascarado Pulcinella y la bestia, más humana que muchos de los que pueblan la tierra. En el trabajo lírico con la voz en off y la mirada del búfalo, insertando escenas POV de estilo lomográfico, se encuentran algunos de los profundos logros de una obra atípica y difícil de categorizar, que remite a las esencias de la Campania italiana natal del cineasta.
De metódica puesta en escena, Tikkun padece un defecto de forma, está tan preocupada por que su estética y metáforas visuales condensen su argumento que se olvida de desarrollarlo. Dirigida por el israelí Avishai Sivan, la película se adentra con un opresivo blanco y negro en el severo modo de vida de la religión ultraortodoxa judía, en concreto en un joven que pierde la fe y busca otra cosa: el descubrimiento del sexo femenino frente a la culpa que su Dios le impone.
Accidentalmente, en esa búsqueda del placer se cae de la bañera y muere. Pese al esfuerzo en vano de los paramédicos de urgencia por salvarle, su padre insiste en reanimarlo y logra que vuelva a tener pulso. Esta decisión contra Dios asistirá a su progenitor en pesadillas proféticas, donde el infierno se abre bajo sus pies, mientras su hijo desde lo sucedido comenzará a vagar sin alma. Secuencias aisladas como demuestran las posibilidades de una trama y puesta en escena que en cambio deambula imprecisa, redundando en unas conclusiones preestablecidas que no en vano conducen a una revelación mística en forma de vagina. Tikkun no termina de resultar una apuesta estimulante, pero contiene la clase de elementos más llamativos para que probablemente la vuelvan a ver en muchos festivales.