Festival de San Sebastián 2016 (Día 2): Tres amenazas de estado llegan a la sección oficial

Este año el Festival de San Sebastián organiza un ciclo temático llamado The Act of Killing, que toma prestado el título del aclamado documental de Joshua Oppenheimer sobre las matanzas cometidas en Indonesia durante el golpe militar de 1965, dando forma a una heterodoxa selección de películas que se han atrevido a abordar el terrorismo, los conflictos políticos o la violencia global en el marco del cine contemporáneo. Decisión que encaja perfectamente con la presencia en sección oficial a concurso de Nocturama, la a buen seguro polémica nueva película de Bertrand Bonello, y de El hombre de las mil caras, el probable éxito de taquilla con el que Alberto Rodríguez recrea el año que Luis Roldán estuvo fugado de la justicia española. Dos películas que, apropiándose de la realidad más próxima, se adentran en sendas amenazas de estado para fabular alrededor de su razón de ser y probables consecuencias. En cambio, mientras Bonello decide intelectualizar y trascender su propuesta aún a riesgo de aturdir a la platea, el director de la ya sobrevalorada La isla mínima parece conformarse con epatar de forma efectista en lugar de abordar las cuestiones políticas que se le plantean.

Nocturama - Bertrand Bonello

Nocturama – Bertrand Bonello

Cuentan los mentideros que en Cannes no se atrevieron a programarla para evitar herir sensibilidades tras los recientes ataques terroristas acontecidos en el país vecino. Y lo cierto es que probablemente Nocturama sea el artefacto más complejo de descifrar y la película que levante mayor polémica del festival. Quizás del año. Una polémica que en todo caso parece ajena a su director, el cineasta francés Bertrand Bonello, cuyas refinadas búsquedas estéticas, siempre en el límite de la moral, le han convertido en una voz imprescindible para expandir las posibilidades de la imagen. En cambio, en esta ocasión renuncia en buena medida al estilismo formal para alcanzar un alto grado de abstracción narrativa capaz de suscitar la reflexión del espectador sobre un tema tan sensible.

Nocturama presenta la aséptica crónica de una serie de atentados en cadena que asolan la capital francesa, en concreto las altas esferas de los ministerios y distritos económicos, provocados por un grupo de adolescentes de distinto estatus social y de los que desconocemos su motivación. En su primera mitad la cámara sigue su plan de forma milimétrica, sin necesidad de diálogos ni espectacularidad alguna. Bonello se sirve de una planificación quizás en exceso funcional (viéndola prácticamente se puede transcribir el plan de rodaje) con la que subraya que no toma partido sobre los actos de sus personajes. A diferencia, en la segunda mitad los encierra en un centro comercial, su metafórico escondite y ratonera final, dando la vuelta a las expectativas iniciales, convirtiéndolos sin darnos cuenta en mártires indefensos.

Lo inquietante es que durante su desarrollo Bonello se niega a imponer un discurso al espectador, toma decisiones contradictorias, fallidas y en ocasiones banales, como pueden parecernos las actitudes de sus protagonistas, dejándose llevar por caprichosas escenas musicales y utilizando la multipantalla sin motivo aparente. Su intención es anticlimática y saludablemente amoral, no busca la implicación, tampoco sacar conclusiones fáciles ni juzgar a sus personajes, sino provocar desde la conexión de imágenes (el rostro de una estatua ardiendo, un maniquí espectral, un kart que recorre una planta vacía de un centro comercial) y la ruptura espacio-temporal: varios crímenes suceden fuera de campo, así como introduce flashbacks y contraplanos que repiten lo sucedido desde varios puntos de vista para incidir en la falta del suyo. Algo importante, en especial en estos tiempos en los que todos parece que estamos obligados a tener uno.

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Snatch: Tricornios y billetes de mil duros – Alberto Rodritchie

En su creciente interés por levantar las alfombras de la democracia española, a Alberto Rodriguez se le presentaban dos formas opuestas de abordar El hombre de las mil caras, que en un principio iba a titularse El espía de las mil caras, como la biografía de Paesa en la que se inspira, escrita por el periodista Manuel Cerdán. Por un lado, podía utilizar las claves del cine de espías para narrar con personalidad propia la fuga de Luis Roldán y los tiempos convulsos que vivía España durante los últimos años de gobierno socialista. O todo lo contrario, sencillamente aprovecharse de su jugosa historia para entregar otro thriller convencional de argumento intercambiable. Viendo sus descaradas ambiciones comerciales no parece necesario resolver la opción elegida, Rodríguez apuesta sobre seguro en lugar de adentrarse a fondo en las cloacas de la política española, hasta el punto de no llegar a citar al PSOE ni a Felipe González, dando vida únicamente al Ministro Belloch. Una mirada que relativiza el estado de las cosas, cuyos ecos llegan al presente, por el afán de no molestar ni incomodar al público mayoritario al que se dirige, siempre tan sensible con la politización del cine español, lo que señala la cobardía cómplice del realizador sevillano y la absoluta intrascendencia de su nuevo trabajo.

¿Cómo se puede abordar uno de los mayores casos de corrupción de nuestra democracia de forma blanca y apolítica? Por mucho que en los diálogos se les llene la boca con la españolidad y la historia real no deje de ser un sainete, Rodríguez y su guionista habitual, Rafael Cobos, que repiten con descaro tics utilizados anteriormente (véanse revelaciones en fotografías y epifánicas secuencias con animales) apenas rascan la superficie del material que tienen entre manos. Se conforman con entregar un producto más preocupado por continuar la estética de La isla mínima (sus interiores rodados en estudio son puro horror vacui, posproducir un contraluz debería ser penado) trasladada a los ambientes y estilo cómplice con el espectador del thriller criminal de Guy Ritchie. Un estilo desfasado desde los noventa, también hay que decirlo.

La redundante y explicativa voz en off que conduce la película, a cargo del personaje de un José Coronado que todavía debe preguntarse cual es su aportación, además de representar vergonzosamente al macho ibérico, el obligado uso de títulos en pantalla para no despistar al espectador y la machacona banda sonora son varios de los recursos más obvios en los que insiste Alberto Rodríguez, que demuestra su estancamiento como director y termina por ofrecer un thriller elemental, entregado a sus protagonistas pero al mismo tiempo incapaz de ahondar en sus dobleces, las de una España que vitorea en las urnas sus corruptelas. Lo que nos recuerda que la historia se repite primero como tragedia y luego como farsa. Aquí tienen la segunda, disfrútenla.

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I Am Not Madame Bovary – Feng Xiaogang

Por último, también dentro de la sección oficial y sin alejarnos demasiado de la temática que centraba esta segunda jornada, encontramos la película china I Am Not Madame Bovary. Dirigida por Feng Xiaogang, realizador de blockbusters con una larga y poco estimulante trayectoria, en esta ocasión nos concede el beneficio de la duda por su sorprendente apuesta formal, reduciendo el formato a una dimensión circular en el encuadre y apostando por una única distancia focal. El resultado se asemeja a observar desde una mirilla las desdichas de una mujer de una pequeña localidad rural por lograr un divorcio justo con su marido.

Interpretada por Fan Bingbing, la gran estrella actual del cine asiático, su empeño supone todo un quebradero de cabeza para los políticos y policías locales, que en una suerte de juego berlanguiano sacan a la luz el absurdo de las estrictas imposiciones de la sociedad China y el Partido Nacional, escenas con las que Xiaogang llega a conclusiones e imágenes sobre el futuro de su país no muy alejadas a las de las últimas películas de Jia Zhang-ke, miembro del jurado en esta edición. En cambio, lo que en un principio se antojaba su mayor atractivo, un dispositivo inspirado por su uso tradicional en la pintura china, se alterna sin demasiada justificación con el ratio 1:1 y sus virtudes estéticas acaban diluyéndose, por lo que I Am Not Madame Bovary no convence tanto por la solidez de su planteamiento formal como por su aguda sátira social y humor negro.

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