“Americans say, ‘have a nice day’ whether they mean it or not.Brits are terrified to say this.”
Ricky Gervais
La cita que abre este artículo está extraída de otro que lleva la firma de Ricky Gervais. Se titula The Difference Between American and British Humour, y en él Gervais disecciona con bastante acierto la identidad y el comportamiento de ambos países y en base a ello su relación con el humor. Es obvio que existe un tipo de gracia muy característica de los británicos, el “humor inglés” que se dice, y que en oposición al humor americano, si es que se puede llamar así, el primero se basa en situaciones sonrojantes y casi de vergüenza ajena para un espectador que no sabe si debe reír o mirar para otro lado, mientras que el segundo es uno mucho más benevolente con el receptor del chiste o de la broma.
Como ya resumió Antonio M. Arenas impecablemente en su análisis de la nueva comedia en televisión, Gervais cambió para bien y para siempre el concepto de sitcom con una serie sobre una oficina. Un cambio que también vino impulsado, en forma de recogida de testigo casi, por la versión que se hizo de la misma al otro lado del charco. De The Office (UK) a The Office (US). Una minúscula alteración ortográfica para señalar que la oficina había cambiado de sitio. Una sola letra, sí, pero una que iba a obligar a remodelar todo el conjunto.
Comenzando por el jefe. Porque si bien David Brent y Michael Scott fueron durante un tiempo –lo que duró la primera temporada de la versión americana– la misma persona hipócrita, autoindulgente, capaz de provocar una continua incomodidad y perdida en su propio ego, el ya referido humor americano, o más bien la percepción que el espectador espera recibir de él, llevó a unos ligeros ajustes en la personalidad del mejor jefe del mundo. Michael Scott seguía siendo un perdedor, pero ahora era uno con mejor corazón. Si muchas veces Brent rayaba en lo repulsivo y cualquier intento de empatizar con su personaje acababa en una sensación de lástima, a Michael se le podía coger cariño sin excesiva dificultad. El tono, aportado también por Steve Carell, más afable e inocente parecía dar a Scott carta blanca para que sus desaguisados, en el fondo bien intencionados, fueran perdonados.
Bajo la vara de mando de Brent oscilaban las cabezas de Martin Freeman, Mackenzie Crook y Lucy Davies como Tim, Gareth y Dawn respectivamente. En la versión americana sus homólogos fueron John Krasinski, Rainn Wilson y Jenna Fischer como Jim, Dwight y Pam. A nivel de personajes, dejando de lado que una versión duró 14 capítulos y la otra algo más de 200, no se encuentran demasiadas diferencias en el tratamiento inicial de cada uno de ellos. En cuanto a las actuaciones, Freeman y Krasinski compusieron los perfectos Tim y Jim, sin depender mucho el segundo de lo que había hecho tan brillantemente el ahora hobbit Bilbo Bolsón. Lo mismo en cuanto a Dawn y Pam. Donde debemos sin embargo detenernos es en la concepción del Assistant (to the) Regional Manager. Mackenzie Crook –a quien podemos ver actualmente en Juego de tronos– sentó con gran habilidad las bases para un personaje que Rainn Wilson se encargó de hacer suyo por completo, y que trascendió el molde inicialmente creado por su reflejo británico. No sólo es Dwight Schrute una versión mejorada de Gareth Keenan, también Wilson consigue elevarse por encima de Crook con una interpretación que sobresale como lo mejor junto con Michael Scott en la versión americana.
Del tiempo de vida de cada una de las versiones –dos temporadas más un especial de Navidad para la británica; nueve años con sus nueve temporadas para la americana– se deriva además el tratamiento de los secundarios. El ejercicio mental que se requiere, siendo sinceros, para recordar al resto de oficinistas de Wernham Hogg si el visionado de la serie no queda reciente es inversamente proporcional a la facilidad con que celebramos los gags de los trabajadores de Dunder Mifflin. Como digo, el contar con tantos episodios a sus espaldas, sumado al hecho de que varios de estos secundarios son los propios guionistas del show, les ha permitido labrarse caminos propios y desarrollar trazas perfectamente reconocibles, hasta el punto de convertirse muchos de ellos –tengo a Creed en mente, como podría tener a Kevin, Meredith, Stanley o cualquier otro– en auténticos favoritos de la audiencia. Lo mismo no puede decirse de los compañeros británicos.
Pero al César lo que es del César: si, allá por 2001, un grupo de documentalistas no hubiera decidido grabar un (muy buen) documental en una empresa ordinaria de papel en Slough, no habríamos podido ver unos años después el realizado en Scranton. Porque The Office es tanto un american workplace como uno british. Incluso aunque en uno te den los buenos días y en otro no.
“Greg Daniels said in our first meeting that American comedies are this big ship, like a cruise liner, and if you could just point it one degree in the right direction you could make a big difference, but you can’t turn comedy that sharply.
And I feel like that is what The Office did: it took American comedy and it turned it one degree in the right direction.”
Rainn Wilson