Rendición de pleitesía
Con sus dotes para la narración cada vez más puestas en entredicho –en los tres últimos especiales de Doctor Who se aprecia un claro descenso en cuanto a la calidad y una dejadez en las tramas, resultando sólo verdaderamente digno el primero de ellos, The Name of the Doctor– Steven Moffat, guionista, showrunner actual de la serie del señor del tiempo y co-creador de la reinvención del personaje de Sherlock Holmes, se sirve precisamente ahora de este último para tratar en enmendar los errores que muchos le atribuyen, no sin razón, en el terreno de la construcción de historias.
Dos años después del fastuoso cliffhanger que supuso The Reichenbach Fall, la serie regresa con una nueva tanda de tres episodios de hora y media cada uno. El reencuentro con los ahora si cabe más reconocibles Benedict Cumberbatch –que ha encadenado una larga sucesión de proyectos en cine, desde la última de Star Trek hasta colaboraciones con Spielberg o Steve McQueen– y Martin Freeman –rostro de Bilbo Bolsón en la nueva trilogía de la Tierra Media– se produce en un episodio que debía dar respuesta al gran misterio, no otro que proporcionar una resolución creíble a la supuesta muerte del detective de Baker Street, por la que Conan Doyle pasó casi de puntillas.
Probablemente el aspecto más llamativo de este nuevo acercamiento al canon holmesiano sea la correspondencia que se establece entre la ficción y el servicio fan, sobre todo en su primer episodio, The Empty Hearse. La serie, consciente del tiempo que ha mantenido en vilo a sus seguidores, se permite un guiño al espectador elucubrando con diferentes teorías, a cada cual más rocambolesca, sobre el regreso de Sherlock al mundo de los vivos. El misterio es resuelto –¿o no lo es?– con gracia y consideración. Sin embargo, el episodio oscila entre la excelsa conquista del rompecabezas y la puesta del piloto automático que haga correr el cronómetro.
Diferente es la experiencia que se extrae del visionado del segundo episodio. The Sign of Three está montado aglutinando varias historias que orbitan en torno al discurso de Sherlock como padrino de bodas del doctor Watson. Si ha habido un capítulo en la corta pero intensa vida de la serie que supiera imitar los mecanismos narrativos de las obras de Conan Doyle ese ha sido el que nos ocupa. Lejos del efectismo con el que Moffat parece empeñado en saturar sus guiones, el episodio intermedio pone el acento en los personajes, analizando el sentido y la dialéctica de su fraternidad, sin preocuparse de crear aparatosos escenarios en que desemboque su clímax.
Precisamente de los referidos escenarios adolece la conclusión a esta, como todas, fugaz temporada. Repleta de giros y rodeos que rayan en lo circense, la hora y media final se beneficia sin embargo de una gran incorporación, el actor Lars Mikkelsen, visto en la serie Forbrydelsen. El danés compone un villano de altura, sacado directamente de los escritos sobre el detective, un magnate de las comunicaciones poseedor de los más recónditos secretos de la totalidad del mundo occidental de renombre, que utiliza para la extorsión. El recorrido concluye con la inclusión del concepto de los palacios de la memoria y con una última reverencia del personaje protagonista al escenario de espectadores que, desde ya, se mantienen a la espera para volver a rendirle pleitesía.