Por lo oportuno y certero de su retrato social, el estreno de Hermosa juventud (Jaime Rosales, 2014) bien podría ser la causa de este dossier, pero lo cierto es que tanto dentro como fuera de nuestras fronteras, son múltiples los cineastas que comienzan a implicarse con propuestas proclives a mostrar las preocupaciones que asisten a una juventud desorientada, marcada por la crisis y el desempleo. Películas en las que sus personajes no dejan de cuestionarse su lugar en la vida, pero que no se cuestionan a sí mismas, se dejan llevar estética y temáticamente por su melancolía, sus ganas de vivir, su soledad o su desolación, cristalizando un retrato común marcado por el desencanto que no atisba un final aparente, sobre el que mientras tanto debemos seguir indagando.
“De La gran belleza a Oh Boy: Sobrevolando Europa”, Andrés Galán nos arrastra imbuido por el espíritu de Jep Gambardella a recorrer el fantasma del desencanto que asola el viejo continente; su “Hermosa juventud: De Oslo a Nueva York” sirve a Jonay Armas para continuar reflexionando sobre el retrato que las imágenes pueden (o no) hacer de nosotros y de nuestra era; en “Frances Ha: el viaje a ninguna parte”, Gonzalo Ballesteros recoge el alma de una película que no es sino el alma de toda una generación; con “Los ilusos & Oh Boy: Juventud en blanco y negro”, Sofia Pérez Delgado conecta con la sensibilidad del retrato de dos jóvenes náufragos del cine y de la vida; a partir de “Estos días: Crisis en segundo término”, Andrea Morán da forma a la cotidianidad de una juventud que no por acostumbrada a esta crisis es capaz de salir de ella; y por medio de “Terrados: Poner la mente al sol”, Antonio M. Arenas levanta acta de una generación en desempleo que se encarama a las azoteas de los edificios para poder vislumbrar un futuro mejor.
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